Pequeña

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Estaban cansados, agotados y adoloridos.

Su verdugo, alias niñero, los había esperado adentro de la casa y les dio la regañada de su vida. Sumando a unos cuantos castigos físicos no violentos, como por ejemplo, ponerlos a hacer planchas por 5 minutos, o quedarse acuclillados con la espalda recta a la pared y dos tomos de libros gruesos en cada mano. Su verdugo se había divertido con sus gestos de dolor mientras exigía todos los detalles de sus aventuras en esas últimas dos semanas.

Por supuesto, con una sola mirada compartida, decidieron no mencionar nada de la Tokyo Manji, no querían que en verdad los moliera a golpes por estarse metiendo con la pandilla más grande de Shibuya, sin mencionar los conflictos que podrían provocar. Pero no se salvaron de contarle lo que sucedió con Kyomasa, aunque omitieron su nombre, y el que terminaran en el hospital después de desmayarse por una ligera golpiza, gracias a que tenían principios de anemia.

A su niñero por poco y le revienta la vena de la frente. Los puso de cabeza y los obligó a recitar: "Prometo dejar de buscar problemas y comer mis tres comidas al día". Hasta que la sangre se les fue a la cabeza y ya veían borroso. Cuando los soltó, estaban tan mareados que por poquito y vomitan.

Afortunadamente, no inspeccionó la habitación de Yume y no tuvieron problemas por andar investigando a una pandilla acusada de violación en manada, entre otras cosas.

Después de su regaño- tortura, tuvieron que prometer no volver a ocultarle algo así y llamarlo en cuanto tuvieran ese tipo de problemas. También modificaron su acuerdo. Él comenzaría a pasar una noche a la semana con ellos y se reportarían cada tres días, sin falta.

Cuando los despidieron en la entrada, él se fue luego de acariciarles la cabeza y amenazarlos una vez más, con un cariño poco habitual en él. El rugir de su motocicleta se escuchó por todo el barrio.

Esa noche, salvaron la vida de Kyomasa al no revelar su nombre para nada. Yume se sentía como una heroína bondadosa, si señor.

Se fueron a dormir luego de cenar un poco de huevito a la mexicana con las tortillas sobrevivientes. Yume cenó con el ceño fruncido luego de recordar todo ese desastre.

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- BUENOS DÍAAAAS, ALEGRÍAAAAAA.

Yamagishi entró pateando la puerta de Yume, con una sonrisa maliciosa en el rostro.

- BUENOS DÍAAAAS, SEÑOR SOOOOOL.

Siguió Makoto, entrando para luego destapar a Yume de un jalón. No se preocupaba por lo que su amiga llevara puesto, sabía muy bien que ella siempre llevaba pijamas largas, ya sea que hiciera un calor horrendo o un frío que te calaba, según ella, porque ya estaba acostumbrada y no podía no dormir sin pijama larga. Tampoco podía dormir sin las sábanas o cobijas, o con pies o manos afuera de la cama, porque sino, sentía que un fantasma le iba a jalar las patas.

- Buenos días, mi trasero. - Yume no levantó el rostro de la almohada, pero les levantó el dedo medio a ambos, junto a un gruñido.

- ¿Cuándo vas a limpiar tu habitación? - Yamagishi se puso a recoger los papeles que, claramente, su amiga había arrojado despreocupadamente de la cama al piso. - Ya terminó lo de Moebius, ¿no? No puedo creer que han pasado cuatro días y aún no recoges nada. - Era obvio que su amiga había sacado todos los papeles e hilos de su habitación en casa de su teñido amigo y recreó todo el desastre en su propia habitación. Yamagishi desconocía el fin, pero sabía que su amiga no hacía las cosas solo porque sí.

- Yo no puedo creer que esta sea la habitación de una chica. - El tono decepcionado de Makoto la hicieron bufar.

- ¿Y como debería de ser la habitación de una chica? Según tú. - Le encaró aún sin levantarse, despegando la cara de la almohada.

La sexta de la MizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora