Limón y chispitas

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Yume se abrió paso a punto de batazos hasta el otro lado del estacionamiento. Algunos del bando contrario intentaron arremeter contra ella cuando pasaba, pero utilizó todas sus fuerzas y agilidad para llegar hasta donde la voz de Michan la llamaba a gritos.

Mientras corría, el corazón le zumbaba en los oídos, sus pulmones parecían a punto de querer explotar, sus ojos estaban húmedos. El aire no era suficiente.

Busco a su amigo por todos lados, el sentimiento de desesperación incrementaba con cada segundo.

- ¡Yume! - Un nuevo grito. Corrió sin pensar en su dirección.

Y ahí, arrodillado y llorando se encontraba su amigo y en el suelo, boca-abajo, estaba Draken.

Draken...por los Dioses, Draken.

Yume corrió hasta donde estaban y, sin querer detenerse ni perder tiempo se tiró de rodillas, raspándoselas por la inercia y la fuerza al caer. Las manos le temblaban, sus ojos amenazaron con dejar salir gruesas lágrimas.

Debajo del corpulento cuerpo del rubio había un charco de sangre, un preocupante charco de sangre que crecía a cada milésima de segundo.

- ¡Draken! ¡Responde Draken! - El grito desesperado del teñido la despabilo.

¿Qué rayos estaba haciendo? No era momento para perder el control de su mente.

Se golpeó ambas mejillas con una fuerza considerable. No era momento para entrar en pánico ni para congelarse, la vida de uno de sus amigos estaba en riesgo.

- Ayúdame a darle vuelta, Mi-chan. - Ordenó mientras ambos ponían el cuerpo del rubio boca-arriba.

- ¡¿Qué pasa?! ¡Takemicchi! ¡Yucchi! - Preguntó Mikey mientras peleaba contra varios miembros de Moebius que, probablemente por ordenes directas, arremetían uno tras otro, sin darle tregua ni oportunidad para acercarse.

Yume, más que ignorar al comandante, simplemente no lo escuchó, levantó la playera de Draken para observar la herida. Ella ya estaba preparada para ver una herida profunda y sangre, pero nunca para lo que se encontró al apartar la ropa.

Sangre, mucha, mucha sangre brotaba de la herida. Pero eso no era realmente el problema, claro que no. El problema era el color.

La sangre que brotaba de la herida de Draken era brillante y clara. Preocupantemente clara. Yume lo sabía, esa sangre solo podía venir de un lugar, de un sistema especifico, para ser exactos: Las arterías.

A Draken le habían perforado una jodida arteria.

- Mierda. - Yume se apresuró en quitarse la sudadera y, con la parte del revés, presionó con fuerza la tela contra la herida del rubio. - Mi-chan, tus manos aquí. - Yume tomó las manos temblorosas de su amigo y las puso justo sobre la herida. - Presiona fuerte.

- ¡¿Qué pasa?! - Volvió a gritar desesperado. Los hombres de Moebius llegaban uno tras otro y no le permitían acercarse por más que lo intentara. Mikey juraba que si no le contestaban esta vez les rompería los brazos.

- ¡Apuñalaron a Draken! - Contestó Takemichi mientras Yume, abría su bolsita de correa, en ella tenía una venda pequeña, una gasa, cinta de piel y alcohol. Justo lo que necesitaba.

- ¡Sigue vivo, pero está inconsciente! - Complementó Yume, destapando la botellita de alcohol, con manos temblorosas, para verterla sobre sus manos. Lo ideal para esos casos era lavarse con jabón y agua o unos guantes, en el mejor de los casos, pero no tenía nada de eso a la mano. Debía de trabajar con lo que tenía. Utilizó el alcohol para desinfectarse las manos y luego preparó la venda. - ¡Necesitamos una ambulancia pero para ayer!

La sexta de la MizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora