Gato encerrado

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El punto muerto de Shinjuku no era absolutamente nada parecido a los puntos muertos de Shibuya.

Si Yume tuviera que elegir, escogería mil veces Shibuya que ese lugar quieto y aburrido. Muy poco le importaba la posibilidad de terminar en el hospital por una buena golpiza.

Ella y Takemichi se encontraban en la principal zona muerta de Shinjuku, un viejo distrito comercial que fue abandonado hace años por culpa de las guerras de pandillas de la región. Si no mal recordaba, durante esos tiempos, los tiempos de la 5ta generación de los Black Dragons, Shinjuku se disputaba entre cuatro pandillas grandes, lo que terminó en una violenta batalla campal en donde fuera que se toparan. Y uno de sus lugares recurrentes era ese distrito comercial. La violencia y el miedo a que los clientes y transeúntes fuesen confundidos por pandilleros y recibieran una madriza por caminar, terminó provocando que evitaran el distrito por completo, y posteriormente, a causa de las bajas ventas, los locales terminaron cerrando y muchas de las casas se encontraban vacías y en venta. Por supuesto que, nadie quería vivir en un viejo lugar frecuentado por pandilleros sin reglas fijas.

Algo realmente lamentable, Yume reconocía el increíble potencial de aquel lugar. Era una calle espaciosa flanqueada por locales cerrados y lindas casas que solo necesitaban un buena capa de puntura y ventanas nuevas. Muy cerca, como a tres cuadras, se encontraba una secundaría, a cinco cuadras, una preparatoria, la estación del tren estaba al otro lado del parque que se encontraba a una cuadra de distancia. Era un lugar perfecto para ese distrito comercial.

La ubicación valía oro.

Si tan solo aquel lugar fuese territorio de una pandilla como la ToMan.

Pensándolo bien, tenía que convencer a sus padres de comparar unos cuantos locales en ese lugar. Con un buen plan y un favor de ToMan, ese lugar podría florecer de nuevo. Lo mejor era conseguir uno o dos locales para a vender los productos que sus padres pensaban exportar, antes de que todo cambiara.

Sonrió pensando en lo baratos que debían de estar, serían una ganga.

- Deja de sonreír así, Yume. - Le sacó el teñido de su ensoñación. - Parece que planeas un homicidio.

- Por favor, Mi-chan. - Le devolvió ella, caminando por la calle llena de pequeños grupos de chicos apostados sobre las pareces de los locales cerrados. - Que poca fe me tienes. Estoy planeando como hacernos ricos. - Frotó ella sus manos sin dejar de sonreír.

Iban vestidos con pantalones holgados y sudaderas de cierre. Yume le había alborotado el cabello al ojiazul para que no llamaran tanto la atención con su peinado de mango chupado. Por su parte, llevaba una blusa de tirantes delgados, con la sudadera atada a la cintura, perfecta para pasar desapercibida entre pandilleros. Ambos llevaban tenis, para cuando tuvieran que correr.

No podían llevar sus uniformes de la escuela, o todos ahí sabrían que no son de los alrededores y se les abalanzarían como perros hambrientos a la carne fresca.

Yume paseó la mirada por el lugar y se acercó al grupo menos amenazante. Un cuarteto que descansaba sobre los escalones de una tienda que, tal parece, era de electrodomésticos. Fumaban mientras conversaban y reían.

Se sentó al otro extremo de ellos y Takemichi se sentó frente a ella, dejando la bolsa de bebidas y snacks junto a ellos. Asegurándose de que los chicos a su costado miraran la bolsa repleta. Se dirigieron una mirada de acuerdo mutuo y comenzaron su actuación.

- ¿Listo para perder, Mi-chan? - Canturreó santurrona, sacando una baraja inglesa del bolsillo. Habló lo suficientemente fuerte para que los chicos a su lado la notaran.

La sexta de la MizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora