Capítulo 1: Despertar

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«¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Qué hago aquí? ¿Qué me pasó? ¿Por qué no recuerdo nada?»

Abro los ojos lentamente, con lo poco que recuerdo de las cosas creo que estoy en un hospital y al parecer hace días que no veo ningún tipo de luz porque me está costando bastante no volver a cerrarlos. Observo la habitación con detenimiento, es completamente blanca y con una ventana pequeña en una de las paredes. Cerca de la cama hay un sillón donde imagino se sientan las visitas, pero en estos momentos no hay nadie. La verdad, no sé si alguien lo ocupó alguna vez, ¿vendrá alguien a visitarme regularmente o solo está de adorno?

En la pared hay un televisor apagado, una mesa llena de medicamentos y a lo lejos diviso dos puertas que imagino serán un baño y la salida.

La verdad es que entiendo cómo reconozco lo que son todas estas cosas y no soy capaz de recordar mi nombre, mi cara o el simple hecho de saber por qué desperté aquí y no en mi casa, porque tengo una casa, ¿no?

Miro hacia mi lado y hay una mesita con cosas; un teléfono, una foto de Jesús y para mi suerte un espejo. Lentamente acerco mi mano a la mesa y lo tomo, lo pongo en frente de mi cara pero cierro los ojos intentando prepararme para lo que estoy a punto de ver. ¿Qué pasa si lo que veo es algo que no quiero? ¿Si tengo la cara llena de horribles cicatrices? ¿Si tengo acné? ¿O si está llena de golpes.

Decido que no puedo esperar más y me armo de valor para abrir los ojos a la cuenta de tres.

«Uno. Dos. Tres.»

Me observo un poco sorprendida, aunque todo parece estar en su lugar —por lo menos mi nariz está en donde debe estar— no puedo dejar de notar la expresión de tristeza que hay en esa cara, la recorren un par de cicatrices pequeñas pero son lo suficientemente insignificantes como para que no me altere, ya casi no se distinguen si no las miras con atención. Mi tez es tan blanca como la nieve, mi cabello castaño oscuro —bastante desarreglado por lo demás— y mis ojos de un azul cielo, están un poco enrojecidos; supongo que se debe a que aún no se acostumbran a la luz. Intento recordar qué me pasó pero es absurdo, ver mi cara ni siquiera me trajo un ligero recuerdo de quién soy ni cómo fue que terminé en estas condiciones.

Siento un dolor punzante en el brazo y recién me doy cuenta de que tengo muchos tubos —o lo que sean— conectados en el brazo derecho.

«¿Tan grave estoy?»

Con un poco de dificultad, me siento en la cama y comienzo a desconectar uno por uno los tubos, haciendo muecas de dolor ya que no soy lo suficientemente cuidadosa que debería ser. Pongo los pies en el suelo mientras ruego que pueda acordarme cómo caminar y es una suerte que sí lo haga aunque mis piernas estén temblando, me dirijo hacia la puerta y salgo al pasillo donde solo hay un par de enfermeras haciendo guardia y conversando animadamente en la estación de enfermería. Paso al lado de ellas y ni siquiera me miran, es como si fuera invisible, como si su tema fuera mucho más interesante que la chica que está frente a ellas vestida con esa bata clínica bastante indigna que llevo puesta.

«¿Seré un fantasma?»

Tal vez sea mi día de suerte o algo pero encuentro fácilmente lo que andaba buscar y salgo del lugar hacia la calle. Me doy cuenta de que es de noche y está lloviendo muy fuerte; la ventana de mi habitación debe haber tenido un fondo predeterminado como suelen tener en estos lugares.

Sin poder resistirlo más, levanto la vista hacia el cielo para que las gotas caigan sobre mi cara y sonrío ante esa sensación mágica. No puedo evitar preguntarme cuándo fue la última vez que sentí algo así y cómo pude olvidar lo maravilloso que era.

Vidas Robadas (VR#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora