Prólogo

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Casiopea es una de las constelaciones complicadas en el catálogo estelar de Ptolomeo, el Almagesto del siglo II. Fácilmente reconocible por sus cinco estrellas brillantes que forman un conocido asterismo del cielo circumpolar boreal. Casiopea señala al norte, apuntando desde sus extremos de la M o W.

O al menos eso leí cuando investigué sobre por qué me llamo Mael, nacido en noviembre de Casiopea; con la etimología de un jefe o un príncipe. Reservado, desconfiado, imprudente, y según otras suposiciones de google, no me siento cómodo con las relaciones humanas. Es increíble cómo según la opinión popular, salto de querer ser diseñador de modas a un médico que salva vidas.

Google sufre de muchas incoherencias, si se me permite opinar.

Y eso está bien, no es como si quisiera parecerme a Harry Potter o ser llamado elegido. Aunque probablemente mi madre no pensaba lo mismo cuando decidió que mi nombre iniciase con M basándose en una constelación. ¿Cuál es la leyenda detrás de Casiopea, de todas maneras?

Podría ser una W, y ella no debería tomarse la libertad de decidir por una jodida constelación, si tuviera vida probablemente se quejaría sobre como la ven las personas. Casiopea puede ser lo que quiera ser, quizás ni siquiera se identifica como constelación, quizás se identifica como constelacione. O alguna mierda de esas.

Llegué al mundo en noviembre de 1999, en Saint Paul, Minnesota. Madre religiosa, padre no tan religioso. Casa medianamente acomodada, cantábamos villancicos en Navidad, y a las tres de la mañana teníamos otro recital de gritos sobre porque educaban a su querido Mael (Miles, según mi padre) como un niño que llevaban a misa los domingos. "¡Deberíamos celebrar Hannukah!" gritaría mi padre, y entonces iniciaría las diez razones de mi madre para enseñarme la gracia de dios.

Para el 2015, me sabía dicho recital de memoria, y dejó de molestarme. Ya no lloraba antes de dormir, temiendo que se divorciaran. Sabía que no querían estar solos, les atemorizaba. Sabía que seguirían así, incluso si yo me iba a la universidad en un par de años. Quizás las peleas terminarían incluso, ya no había una razón para tenerlas. Yo era la razón, pero, ¿Era mi culpa que discutieran? No, ellos decidieron tenerme, ellos lidiarían con dicha decisión. Los niños que se culpan porque sus padres pelean son simplemente estúpidos, como si ellos hubieran estado ahí para decidir si querían ser pujados fuera del útero de su madre o no.

Cualquiera pensaría que me estoy desviando del punto inicial, pero no, estoy llegando justo a donde quiero llegar. Porque para mis dieciséis años, en octubre del 2015, (el cual, supe después, es el mejor mes para ver Casiopea) yo tenía una sola religión: yo mismo. No necesitaba los domingos de misa, solía decirle a mi madre; y no necesitaba leerme el Torá, le decía a mi padre; estaba bien sin saber si había un ente superior sobre mi cabeza, y estaba mejor sin las leyes que todo aquello conllevaba. Desgraciadamente, ni en el 2015 ni ahora, perdí la fascinación con Casiopea, y con cualquier constelación que pudiera toparme, ya que estábamos en ese tema.

Y perdería mi punto si les contara cómo pensé, y pensé, y volví a pensar, sobre estudiar astronomía. Cómo discutí con mis padres, cómo mi madre se me mantuvo callada sin dar un ápice de apoyo, y cómo mi padre me dijo que ni por accidente sería aceptado en Cambridge, y cómo los mandé a tomar por culo. Pero, por supuesto, esa no es una historia que venga ahora. Porque no fui a la universidad en octubre del 2015.

En octubre del 2015, conocí a Wyatt Schretown, pero, de nuevo, me adelanto a los acontecimientos.

Algo más importante ocurrió antes, en septiembre del 2013. Y ese algo, se llamó Louie.

Ver el estómago de mi madre volverse más grande cada día no fue lo extraño, y tampoco lo fue ver aquella bolita rosada, regordeta y chillona a través del cristal del hospital.

AsteriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora