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La idea de fingir que no le había oído se terminó cuando decidí corregirle. No conocía a este niño de nada, y si sabía manejar bien la situación no volvería a verle, pero claro, tenía que rectificarle mi nombre. Grande e inteligente yo, sin duda alguna.

-Es Mael –Rezongué, volteándome a verle sin mucho entusiasmo.

Ahí estaba, algo sudoroso y con la piel enrojecida, observándome como si no supiera cuál de las probablemente noventa y cinco frases que se le pasaban por la cabeza eran apropiadas en ese preciso momento.

Y, conociéndole como lo conozco ahora, sé que él podría haberme dicho cualquier cosa que pasase por su cabeza. Quizás podría haberme dado un regaño por meterme a su casa, o incluso chantajearme con que le diría todo a su padre si no le compraba un helado.

Pero no lo hizo, porque Wyatt Schretown no era como ningún chico que yo hubiera conocido.

- ¿Qué tal está tu hermanito? ¿No se resfrió? Era muy temprano cuando les encontré -Respondió, con verdadera preocupación en sus ojos azules, dejándome descolocado por un momento.

Tiempo después, analicé realmente esa situación, y recordé lo roja que estaba la piel sensible de Wyatt en ese momento. Sus rizos rubios estaban sudados, sus ojos lucían algo cansados, y aunque jamás se lo pregunté, estoy casi seguro de que no era la primera vez que daba vueltas alrededor del vecindario, esperando encontrarse conmigo.

Pero en ese entonces, ignoré dichas cosas, y me concentré en que me acababa de preguntar por Louie, cuya mención podía volverme más blando o más irritable dependiendo del contexto.

-Él está bien, no se resfrió. Es un niño muy fuerte –Dije, intentando que no notara mi incomodidad. Casi al instante, una vocecilla en mi cabeza me recordó que ese niño nos había ayudado cuando no debía hacerlo, por lo que terminé añadiendo: - Y, gracias por lo que hiciste. Probablemente se hubiera resfriado si hubiéramos pasado más tiempo fuera.

Él asintió, y pude ver que estaba intentando decidir si debía o no preguntarme lo que rondaba por su mente. Finalmente, se decidió por no decir nada, al parecer intentaba no ser indiscreto, y eso me dio una razón bastante sólida para no hacerle el desaire que planeaba. Me sentía generoso solo porque había mostrado una mínima preocupación por Louie, y eso me satisfacía lo suficiente.

- ¿Qué tal te fue en tu torneo? –Pregunté, y entonces fue él quien pareció descolocado. Me aclaré la garganta antes de explicarme –Te estabas preparando para un torneo aquella noche, ¿No es así?

Pareció darse cuenta entonces, aunque su expresión de sorpresa no desapareció. Vagamente, me pregunté si su sorpresa se debía a que mostré interés por su vida, o porque yo recordaba esa noche casi mejor que él.

-Me caí a la piscina antes de tiempo… - Dijo entonces, bajando la voz –Me descalificaron.

Creo que fue ahí, que fue en ese momento cuando, sin tener idea de la repercusión que tendría ese día en mi vida, invité a un chico triste a un helado, como pago por no haberme delatado cuando tuvo la oportunidad.

Él eligió llevar su bicicleta, yo elegí traer a mi hermano. La presentación “Chico, Louie, Louie, Chico” fue bastante incómoda, por lo mismo, terminó por decirme su nombre, su fecha de nacimiento, su edad y su ocupación, aunque no era necesaria.

Wyatt Schretown, quien cumplió sus doce años en ese octubre en el que tuvimos nuestro primer encuentro, era estudiante y participante de las ligas infantiles de natación.

Y no hubiera reparado en la mitad de información personal que me dio, si ese encuentro no se hubiera llevado a cabo más de una vez. Quizás, en algún otro universo, mi primera conversación real con Wyatt se había llevado a cabo una, y otra, y otra vez. 

AsteriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora