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Louie tenía la boca manchada de chocolate, estaba sentado entre Wyatt y yo en la mesa del comedor. Mi madre escuchaba mis anécdotas de la universidad, Wyatt aportaba ideas sobre la mejor manera de juntar a Vic y Kenia, nuestros platos estaban vacíos, y por un rato, todo parecía estar bien con el mundo.

Sabía que mi tiempo en casa nunca era completamente perfecto. Siempre había una pelea con mi padre de mi parte o de parte de mi madre, una novia entrometida, un amigo demasiado confianzudo o un yo demasiado cabezota. Por eso, estaba esperando que, en cualquier momento del verano, llegara la bomba que me hiciera tener mi arranque y mi posible depresión. Era algo así como una tradición.

Aunque no esperaba que llegara ese día, o en ese momento.

He dado pocas lecciones que merezcan la pena entender a lo largo de esta historia, pero recuerdo distinguidamente la que estoy a punto de repetir: lo bueno demora en llegar, y dura poco.

-Louie tiene sed -Dijo Wyatt, cuando mi hermanito comenzó a intentar tocarse la punta de la nariz con la lengua.

- ¿Es una especie de señal? -Pregunté.

-No, pero se ha comido dos trozos de pastel de chocolate, su lengua está marrón y dudo mucho que sus intentos de airearla den resultado -Fue su respuesta, y yo no tuve más remedio que reírme a carcajadas.

-No te levantes -Dije, viendo como mi madre estaba a punto de ir por el agua-Yo la buscaré. No es como si realmente fuera un invitado.

Me puse de pie y me dirigí a la cocina; atravesando el corredor por el que tenía prohibido correr cuando era un niño. Recuerdo que mi padre me regañaba amistosamente en ese entonces, porque en ese corredor estaban los cuadros que más le gustaban. Primero, mi madre en sus quince años, luego el día que se graduó, y, por último, la boda de ambos, en la cual ella lucía exactamente igual. Casarse a los dieciocho y tener un hijo a los diecinueve; nunca supe si fue una buena decisión para él, aunque suponía que no, viendo cómo fueron las cosas después.

A mitad del corredor, me detuve de golpe.

Quince años, graduación... y la foto de su boda, la cual no estaba ahí.

Fruncí el ceño, viendo fijamente el espacio vacío en la pared, cuya pintura tenía un color más brillante que el resto de la misma. Ese cuadro jamás había sido movido de ahí, ni siquiera en las peores disputas.

Incluso si esa no hubiera sido una clara señal, con solo prestar más atención de la debida al entrar a la cocina, pude notar que algo estaba diferente. A simple vista, la ausencia del tostador pequeño en el que mi padre solía tostar el pan con formas de animalitos en mis más tiernos cumpleaños, no habría sido notable. Pero yo lo sabía.

En toda mi adolescencia, ellos siempre estuvieron ausentes. Y en algún momento, comencé a buscar sus rastros en la casa, algo a lo que aferrarme, que me dijera que mis padres seguían allí, que tenían que volver en algún momento, incluso si no se debía a mí.

No había reparado en cuanta atención le había prestado a ese tipo de detalles hasta entonces. Ya no había nada allí que me hiciera saber que mi padre volvería.

-Mael, ¿Está todo bien? -La voz de Wyatt desde el comedor me sacó de mi ensoñación.

¿Cuántos minutos llevaba de pie, en medio de la cocina?

-Sí -Dije, y apenas pude escucharme -Sí -Repetí.

Pero no me moví.

Segundos más tarde, los pasos de mi madre se hicieron presentes a mi lado.

-Mael, ¿Qué...? -Cuando desvié la mirada hacia ella, se quedó en silencio.

Algo se había detenido. Fuera de la casa, los autos seguían pasando, las personas seguían viviendo su vida cotidiana; teniendo sexo, durmiendo la siesta, merendando, viendo la televisión. Y daba igual, porque algo se había detenido. No era el tiempo, no era el mundo, y no era el tic tac del reloj.

AsteriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora