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Diciembre tocó la puerta más rápido de lo que me hubiera gustado, y por desgracia, no fue lo único que tocó la puerta.

- ¿Qué hacéis aquí otra vez? –Es lo que me hubiera gustado decirle a la señora Dalia Elizabeth-no-sé-qué cuando la vi detrás de mi puerta, con una sonrisa de oreja a oreja, y el engendro que tenía por hija justo al lado.

En cambio, dije lo siguiente:

-Señora no-sé-qué, ¿Qué la trae por aquí?

Pretendamos que recuerdo su apellido.

De la nada, mi madre salió de su habitación con una sonrisa de oreja a oreja, diciendo no sé qué cosa de tomar el té. Lo cual se volvería algo de todos los domingos, pues al parecer, se habían hecho buenas amigas la última vez que me quiso utilizar de niñera para su engendro.

Cualquier cosa que distrajera a mi madre de mi existencia y la de Louie merecía la pena mantenerla, pero el precio era demasiado alto.

- ¡Mael, querido! ¿Por qué no le muestras a Delilah el patio trasero? Seguro le gusta mucho.  –Exclamó mi madre, aun sonriendo. Su sonrisa era lo segundo que menos me convencía de toda la situación, lo primero era yo cuidando de aquel demonio sin que uno de los dos acabara muerto y enterrado en el dichoso patio trasero.

¿Qué tenía de especial mi patio trasero? En resumidas cuentas, se conectaba de alguna manera con todos los patios de todos los vecinos del vecindario. Por lo mismo, la niña podía ver desde los arbustos hasta las piscinas y los toboganes de las casas de al lado.

Se suponía que era una buena vista a ojos de cualquiera, excepto para una niña de cuatro años. Solo significó que la niña se echaría a llorar porque no le permitía colarse en la casa de mis vecinos a lanzarse por un tobogán.

Y para colmo de males, Louie estaba riéndose en su mecedora, como si le matase de risa el hecho de que su hermano mayor no puede calmar a una niña de cuatro años que no sabía lo que era la disciplina.

-Traidor –Susurré, viendo su carita regordeta enrojecida debido a sus propias carcajadas. El cómo podía verse tan adorable mientras se reía de mis desgracias era algo que jamás entendería.

- ¿Te puede entender? –Di un respingo al escuchar una voz detrás de mí.
Me volteé, alzando una ceja.

- ¿Cómo demonios has entrado? –Dije, más curioso que sorprendido.

Wyatt estaba observándome fijamente, caminando hacia mí como si acabase de abrir una puerta entre el tiempo y el espacio para llegar aquí.

-Tú te colaste en mi patio de madrugada, ¿Cómo hiciste eso? –Un niño de doce años me acababa de cerrar la boca.

-Touché –Respondí, y él sonrió.
Segundos después, los gritos y pataleos regresaron. La mirada de Wyatt se desvió hacia Delilah, cuyos lagrimones podrían haber llenado su piscina sin mucho esfuerzo.

- ¿Quién es esta pequeña? –Preguntó, arrodillándose a la altura de Delilah.

-No te fíes, te va a morder –Respondí, mas Wyatt hizo oídos sordos a mi comentario.

-Hola, me llamo Wyatt. Mucho gusto –Alzó la mano para saludarla, mientras la niña lo observaba confundida.

Estuve a punto de darle otra advertencia, cuando la niña se abalanzó sobre él, envolviendo su cuello en un abrazo. Sus sollozos llenaron el patio, y entonces me di cuenta de que estaba llorando en el pecho de mi nuevo conocido.

-Shh, shh –Wyatt acariciaba la espalda de la niña, como si la estuviese intentando consolar - ¿Quieres contarme que pasa?

La niña soltó un murmullo que traduje como “Malo no me deja cruzar”

AsteriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora