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No importaba cuánto lo pensara, no conseguía entender qué había hecho que Wyatt se marchase de la forma que lo hizo. A pesar de mi inminente confusión, decidí darle espacio, cien por ciento seguro de que no iba a ir a esa fiesta de pijamas. No era el tipo de niño que pasaba tiempo con otros niños de su edad, y mucho menos, que pasaba tiempo con personas que no le agradaban.

Sin embargo, seguía sin entender por qué me lo diría.

Cuando abrí los ojos, sentí un dolor punzante entre las cejas, como si una aguja me atravesara el cerebro, lo cual me hizo volver a cerrarlos. Segundos después, escuché un cascabel sonando bastante lejos. Fruncí el ceño.

¿Cuánto tiempo llevaba Louie despierto, y qué tan dormido seguía yo para apenas oírle?

Tardé al menos dos minutos en darme cuenta de que Louie no estaba en la habitación, lo cual me hizo despertarme del todo.

- ¿Mamá? –Dije, poniéndome de pie sintiendo un salto en mi pecho. Salí a toda carrera, encontrándome con una imagen que no me resultaba familiar.

Louie estaba sentado en la mesa, jugando con su papilla, mientras que mi madre intentaba convencerlo de que se la comiera, con voz melosa.

-Gracias a dios que despiertas, tu hermano no quiere desayunar –A pesar de su voz agotada, estaba sonriendo mientras veía a Louie practicar sus dotes de cerámica con la papilla.

Pestañeé un par de veces, para asegurarme de que no estaba soñando.

-Eh… ¿Le echaste extracto de vainilla? –Mi madre frunció el ceño.

-No, creo que se nos acabó –Dijo, después de pensárselo un poco –¿Puedes ir al super y comprar? Creo que Louie no tiene planeado comerse esta.

Por un segundo, todo pareció tan normal y hogareño que me asusté. Realmente me asusté.

-Claro –Dije, en cambio –Solo me cambiaré.

-Gracias, cariño –Mi madre sonrió, mientras volvía a ver a Louie.
Mientras me cambiaba, una sensación de estar siendo engañado llenó mi pecho, muy similar a la que sentía con el síndrome del año nuevo.

Y esa sensación no me abandonó, incluso cuando vi la misma escena antes de salir de la casa.

Sin embargo, no llegué al super, pues antes de incluso salir de mi vecindario, escuché un llanto ahogado detrás de un contenedor de basura. Alcé la ceja, preguntándome qué tan loco tendría que estar yo para solo acercarme a un contenedor que llora, en lugar de desaparecer sigilosamente sin ser visto. Fácilmente podría haberme raptado la llorona, y yo no estaría contando esta historia.

- ¿Hola? –Dije, y los sollozos aumentaron. Los sollozos de una niña.

Cuando alcé la cabeza detrás del contenedor, me llevé una gran sorpresa al encontrarme con la niña demonio que tanto aborrecía, hecha una bola de mocos.

- ¿Delilah? –La niña alzó el rostro inmediatamente, tan roja que podría haberla confundido con un tomate. Un tomate lleno de babas.

-M-malo…-Lloriqueó cuando me vio.

-¿Quién es malo? –Pregunté, agachándome a su lado - ¿Qué haces ahí?

- ¡Tú, malo! ¡Malo hermano de Louie! –Entendí entonces, que Delilah no estaba hablando de alguien malo. Delilah creía que realmente mi nombre era “Malo”.

Ya no sabía si era peor o mejor que Miles.

- ¿Qué haces aquí? ¿Dónde está tu mamá? –Pregunté, ignorando mi reciente descubrimiento.

AsteriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora