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—¿Me ayudaría con eso Señorita Ruiz? —,el profesor señaló la canasta.

Accedí, llevándola al depósito, casi se me cae y el me ayudo, sosteniéndola justó debajo de mis manos. Lo mire, sentí una sensación extraña.

El no se mostraba afectivo con las niñas, las ignoraba, ¿pero en realidad era así a solas?

—Parece que necesitas trabajar tu fuerza y agarre —sugirió y tomó la canasta depositándola en la estantería.

—¿En serio? Creo qué tal vez si, no soy buena para las actividades físicas, lo mío es más las lecturas y el trabajo de mente —sacudí mis manos.

—Ya lo creo —.me escaneo.

Me sentía rara, con su mirada.

—Si necesitas ayuda con eso me puedes avisar, estaré encantado de ayudar a mis alumnas —sonrió —.serás una gran abogada.

—Gracias...

—¿Por que necesitaría tu ayuda?, tú ni haces ejercicio —,Dicky apareció.

—No creo que ese sea el caso... —escaneo su cuerpo. Por algo las chicas lo miran.

—¿Tú crees? —.respondió el profe, ignorando a Dicky.

Pero este se interpuso entre ambos de la nada.

—La tocas y te mato —lo amenazo —¿crees que no me doy cuenta de cómo te les insinúas a las niñas de la escuela? —.se acercó.

—Dicky, ya déjalo —no quería que se pusieran a pelear.

—No se de que hablas, es una grave acusación esa, no es así? Señorita Ruiz —asomó su cabeza para verme.

—Vete y si te acercas a ella no me van a faltar los pantalones para darte una paliza y de paso hacer que te expulsen por pervertido —.su tono, lo hacía parecer el profesor a él.

—No quiero problemas —el profesor se retiró.

—¿Que crees qué haces buscando pelea? Deberías concentrarte en las prácticas —le pase por un lado.

Su brazo me detuvo.

—De aquí no sale ninguno, hasta que hablemos —.su tono amenazante me saco de quicio, arrugue la cara.

No quería estar en esta situación pero aquí estoy.

—¿Que es eso que tanto te molesta?, ¿acaso es Antonella, estás celosa de ella? —me gire.

—Si, es ella. Estoy tan celosa, como nunca lo había estado en mi puta vida y sabes que? No puedo hacer nada al respecto —su mano dejo mi brazo.

—¿Bromeas, no? —frunció el ceño.

—¿Me ves cara de payasa? —lo imite.

Ok, debería de dejar de ser tan antipática. Se supone que estamos hablando para mejorar las cosas.

—Le gustan las chicas —confesó.

—¿Ah? —efectivamente quede como payasa.

—A Antonella, le gustan las chicas, solo las chicas —explicó con delicadeza.

—Carajo... —mire al suelo.

Sentía tanta vergüenza. Tape mi cara y decidí salir, debía pensar. Camine pero me detuve al escucharlo, pero no me gire.

Sin embargo no hizo falta, el llegó a mi, su perfume me llegó.

—¿No entiendes? ni siquiera se puede comparar el amor que siento hacia ti, frente a otras chicas —tomó mi cara.

Una estupidez llamada amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora