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Parqueo el carro en el centro de la ciudad. Vi a Austin, esperando en la panadería que me dijo. Lleva un hoodie café con unos pantalones de un café más oscuro y anchos, se veía muy lindo sin uniforme.

—Ey, tú —le salude.

—Ey, tú, bonita —se formó una sonrisa en mis labios —entremos.

Pedimos un postre y unas bebidas, luego de hablar un rato, salimos a un taller de cerámica.

—Dios hoy descubrí que soy un desastre para la cerámica también, definitivamente lo mío son las letras —me burlé, viendo mi vaso.

—A mi me gusto tú vasito de rana, es tierno —me sonrió y olvide lo que acababa de decir, me perdí viendo el carrito con dulces y bocadillos —¿quieres uno? Vamos —tomó mi brazo.

Pedimos algunos bocadillos y nos sentamos en una banca.

—Deberíamos tomar una foto para marcar el momento —saco su teléfono y nos tomamos algunas.

—Esa cara de enojo es tan chistosa... —mire todas las fotos desde mi celular ahora.

—En cambió, tu te ves muy linda, me parece.

Trague en seco. Su rostro mostraba una sonrisa muy apasionada y pura, quería besarlo, en serio quería y vi sus intenciones, cómo miraba mi boca. Se fue acercando y cerró sus ojos.

—Creo que deberíamos irnos, si no, mi hermano enloquecerá —me levanté de repente.

Nos despedimos y al llegar a mi casa me sentía frustrada. Era buena en la escuela, era inteligente, podía lograr muchas cosas, las relaciones no eran tan difíciles. Pero al final del día no pude besar al chico que me gusta, que sentido tiene eso.

Al entrar mi mamá me recibió con una sonrisa.

—Llegó mi niña, ¿cómo te fue?

—Muy bien, mamá. Fue muy gentil y caballeroso.

—Justo lo que necesita mi niña —me abrazo de lado —¿que es eso?, ¡esta muy lindo! —tomó mi vaso.

¿Eso sería cierto, acaso era lo que yo necesito?. Realmente parece muy bueno para ser verdad, para que yo lo merezca.

Siendo sincera, no sabía que necesitaba o que merecía en términos de felicidad o amor.

—Lo hice yo y esta feo, soy un desastre para cosas que no sean estudiar. Iré a dormir, estoy nerviosa. Mañana dan los resultados del bufete —tome la taza.

—Se que lo harás genial, todo saldrá bien —me dio un beso en la frente.

Subí las escaleras al segundo piso, viendo la taza, mientras sonreía. Ya se presentaría la oportunidad, uno no debe besar a alguien siempre en la primera cita. La puerta del cuarto de Nick se abrió, haciéndome chocar con un cuerpo. Antes de caer sentí como me sostenían por la espalda.

Vi en cámara lenta como mi taza cayó al suelo, quebrándose en un golpe seco.

Abrí los ojos y mis labios, me solté de Dicky empujándolo, mientras me agachaba.

—Mierda, Mierda —antes de recoger las piezas sentí un tirón de las manos y me solté brusca.

—No lo toques, te vas a cortar... —caí al suelo, sentada.

—¿Por qué no me dejas en paz, una vez? Eres como una maldita serpiente... —susurré al final. Enojada.

—Y tú eres una tonta —no dije nada. Tal vez lo soy.

La mitad de la taza quedó intacta, tome el resto metiéndolo en la taza.

—Agh... —me corte el dedo.

Entre a la habitación poniendo en la mesa lo que quedaba de la taza. Y chupe mi dedo.

—No te quiero ver, fuera de mi habitación —Dicky entro.

Saco una cinta quirúrgica blanca cortando un pedazo. Tomó mi mano con desgana y enrollo la cinta al rededor de la cortada.

—¿Por qué no dejas de meterme donde no debes? —lo mire y frunció su ceño.

—Te comprare una nueva —se alejó, guardando la cinta en su pantalón.

—No es solo eso. Es tu culpa que... es tu culpa haber roto la taza —comencé.

—Lo siento, la pagaré, te lo dije —me interrumpió pero no preste atención.

—Es tu culpa que pierda los estribos por primera vez en mi vida, tan fácil, es tu culpa que no pudiera... besarlo y...—hablé agitada, mirándolo enojada.

No me dejo terminar. Relajo su rostro y se acerco, mucho.

—¿Por mi culpa no se besaron? —su olor me lleno.

—Pedir perdón no arreglará la taza, la hice yo, no la compré —retomé su conversación, ignorándolo.

—Te hice una pregunta, Aurora —demandó y casi quise llorar, sentí autoridad en su voz.

—Y yo no quiero responder, no quiero hablar más contigo. Sal —di un paso a tras y choque con la mesa.

Su sonrisa de media luna apareció.

—Ahh... no tienes que decirme, puedo deducirlo yo solo —se acercó despacio —,pensaste en mi cuando lo ibas a besar —levantó una mano rodando mi mejilla.

Su tacto caliente me erizo la piel.

—Por que pensaría en ti cuando voy a besar a la persona que si me gusta, tú no me gustas —rodé los ojos.

—Solo tú lo sabes —,su aliento caliente choco en mi cara —¿entonces, si tanto querías besarlo, por qué no lo hiciste?, Aurora —ladeó su cabeza. Su voz sonó ronca y baja.

Debe de dejar de decir mi nombre así. Me molesta.

—No se besar —confesé, mirando la puerta medio abierta.

—Mmhh... te mostré cómo se hacía —mire sus labios y luego a sus ojos.

—De echó me besaste y yo te seguí —mordí mi labio suavemente. Mirando la puerta.

Temía que entrara alguien.

—¿Debería seguir ayudándote, Aurora? —.se acercó y cómo estaba atrapada, no me pude mover.

—¿Por qué lo harías? —lo mire a sus ojos café claros.

—Porque ese era el trato.

—Cierto, el trato... —lami mis labios pensando seriamente.

Odiaba sus palabras, su andar, su presencia. Pero mi cuerpo no hacía nada para alejarlo cuando lo tenía cerca. Podría ser tensión sexual, a mi cuerpo le gustaba, se fue acostumbrando sin que yo lo supiera.

Tal vez si era buena idea, era pésima para esto. Nadie lo sabría. No debían y tal vez Dicky se está aprovechando de mi, lo más probable es eso.

—Te enseñaré bien, al fin y al cabo te enseña un mujeriego, no? —bajo unos centímetros a mi altura.

Tomo mi cara y deje de respirar. Amago en sonreír y luego pego sus suaves labios en mi boca. Estaba tensa, como un tronco, tenía los ojos apretados. Su mano fue a mi espalda baja, pegándome a su cuerpo, sentí el calor en mi espina dorsal. Empezó a dar besos castos, cortos y suaves. Solo eso.

Se separó —Estas muy tensa, relájate —aparto mi cabello, pasándolo a mi espalda —puedes empezar así, besos cortos y suaves, no uses la lengua o muerdas enseguida —me aconsejo.

Moví mi cabeza de arriba a abajo, no me salían palabras.

—Puedes poner tus manos aquí —llevo mi mano a sus hombros anchos —o aquí —tomo una y la llevo a su mandíbula, mirándome —y aquí —esa misma mano la llevo a su cabeza, enterrando mis dedos en sus cabellos.

Su pecho era cálido y firme y su cabello era suave y liso.

—Puedes luego dar pequeñas lamidas al labio y mordidas sutiles. No te quedes quieta —hablo bajito pero aún así se escucho fuerte y claro para mi —¿quieres intentarlo?

Una estupidez llamada amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora