Capitulo 11

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La noche era cálida y la luna brillaba en todo su esplendor en el cielo, todos los que la miraren quedarían complacidos con ella y no por menos, esta era la luna de los amantes.

Los cálidos besos y las suaves caricias le dieron a ambos amantes una cierta sensación acalorada. La ropa comenzaba a estorbarles y el espacio entre sus cuerpos se hacía cada vez más y más pequeño, ocasionando que sus erecciones chocaran entre sí y enviaran pequeños choques a sus cuerpos.

La falta de aire se hacía notar y ambos tuvieron que separarse, pero las caricias no se detuvieron. El azabache acariciaba lentamente las pequeñas caderas del muchacho mientras escondía su cabeza entre el pequeño hueco de su cuello y daba pequeños besos y mordidas a este.

Ciel: ¡A~ah! ¡Se~sebastian! -Hablaba muy dificultosamente por los pequeños espasmos que le provocaba.

Sebastian: ¡Mmmh! Ciel... He deseado probarte a mi antojo desde hace tiempo. -Susurró entre su cuello y creando un pequeño camino de besos que llegaba hasta su clavícula- Ahora, podré darme ese lujo y hacerte mío a mi manera.

Las manos suaves de aquel hombre comenzaron a quitar fácilemente la camisa del menor, el cual no hacía ni el más mínimo esfuerzo para resistir a sus estímulos, dejando una sola cosa en claro:

"Él también quiere que suceda".

El ojiazul se sonrojó un poco ante la vergüenza que la expresión del rostro ajeno le mostraba.

Ciel: ¿Podrías dejar de mirarme así? Es muy embarazoso. -Espetó suavemente ocultando su rostro acalorado bajo su propio brazo.

La expresión de deliciosidad que mostraba el azabache al ver el pequeño dorso descubierto del muchacho, lo hacía relamerse los labios con exquisitez, casi como si de un postre se tratara.

Sebastian: ¿Y, Qué tiene? Ya lo hemos hecho antes, no tiene por qué avergonzarte. -Decía, al mismo tiempo que se recostaba suavemente sobre él y retiraba el brazo que cubría su rostro- Mírame... -Le pidió y este obedeció- Eres hermoso. El tenerte en este momento aquí conmigo me hace sentir muy afortunado. Sé que llevamos días sin hacerlo, pero no tienes que temer. -Le acarició suavemente sus cabellos azulinos- Soy quién te enseñará a amar y a quién amarás por siempre.

Palabras sinceras y llenas de amor, eso es lo que eran. Puede que él sea solo un niño, pero entiende a la perfección cuando sus sentimientos son verdaderos, cuando son correspondidos y cuando no lo son. No obstante, este no era el caso.

Ciel: Ámame. -Pidió casi suplicando- Hazme quererte con locura y haz que nuestro amor perdure.

Sebastian: No solo eso. -Susurró sobre su rostro y muy cerca de sus labios- Sino que te olvidarás de cualquier otro hombre que no sea yo. No desearás a nadie más, eso te lo aseguro.

Esas fueron sus últimas palabras, antes de que la guerra de besos comenzara de nuevo.

El azabache quitó de un solo tirón su camisa de manga corta y la arrojó en alguna parte de la habitación sin darle mucha importancia y volviendo a las caricias con su amado.

Poco a poco, las prendas fueron despojadas de sus cuerpos y solo quedaban molestas telas de ropa interior cubriendo su parte inferior. Aun así, sus erecciones era muy visibles y por momentos llegaban a rozarse entre sí, logrando una ligera sensación de ardor en ellos, ya no pudiendo más por ocultar su necesidad del uno por el otro.

Quién tomó la iniciativa esta vez, fue Ciel quien llevó sus manos hasta la parte baja de su contrario, logrando toparse con su bóxer, pero absteniéndose por segundo de quitárselo.

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