Disciplina. Obediencia. Respeto. Honor.
¿Qué era lo que realmente se necesitaba para ser un verdadero Phantomhive? Pues la respuesta es... Todo.
No era simplemente el apellido o la sola apariencia lo que te hacía ser uno, sino la buena reputación ante la nobleza, la realeza y sobre todo, ante ti mismo. Sin embargo, Ciel se encontraba ignorando cada una de estas "leyes" en este momento, importándole poco su propia reputación al revolcarse sobre una cama con su mayordomo.
Aunque, ¿Quién puede culparlo? No hay nadie quién pueda verlo y los labios de ambos se mantenían tan ocupados repartiendo besos que poco les importaba lo demás.
En este momento, solo era ellos dos.
No pudieron más y se separaron.
Sebastian: Mmm... Tus besos son una delicia. -Dijo muy lascivamente, relamiendo sus labios.
Ciel: Si sigues besándome de esa manera tan salvaje, me dejarás sin aliento. -Le reprochó sutilmente, aferrándose a su cuello- Por favor, ya no resisto más. Tómame de una buena vez.
Sebastian: Esperaba que dijeras eso. -Ronroneó juguetonamente sobre su rostro- Yo tampoco resisto más.
Una vez más, sus labios se unieron y sus lenguas juguetearon entre sí. Mientras que aquel azabache tomaba la iniciativa y se colocaba bajo las caderas del joven al mismo tiempo que posicionaba su miembro en su entrada. Poco a poco, este fue introduciéndose en su interior con mucho cuidado de no lastimarlo, finalmente pudo entrar por completo y pudo relajarse mientras esperaba que ambos cuerpos se acostumbraran al dolor que les causaba estar juntos.
Sebastian: Esto te gustará, te lo aseguro. -Decía, mientras limpiaba una pequeña lágrima que apareció en el rostro de su amado.
Este, solo asintió y confió completamente en la palabra del azabache.
Sebastian comenzó a mover sus caderas suavemente, creando un pequeño vaivén placentero para el muchacho, mientras este se acostumbraba a su ritmo. De a poco, sus movimientos tomaban un poco más de fuerza y sus estocadas eran mucho más precisas, logrando que su amado correspondiera a este, cruzando sus piernas alrededor de sus caderas e incitándolo con ello ir más profundo.
Ciel: ¡Hmmh¡ ¡A~agh!
Pronto, la habitación se llenó de gemidos y jadeos provenientes de ambos. Finalmente, y por primera en 3 años, pudieron sentirse libres de entregarse el uno al otro sin culpa o remordimiento alguno.
Ya no se encontraban en la casa de su padre. Mucho menos en la mansión de su Amo, por lo que era una dicha para ambos.
Sebastian: ¿Te gusta Ciel? ¿Te gusta que te toque de esta forma?
Ciel: ¡S~sí! ¡Me G~gusta! -Exclamó sin vergüenza alguna- ¡Ve más rápido!
Sin perder tiempo, el azabache hizo lo que el muchacho le pedía. Con sus manos libres, sostuvo sus caderas y lo embistió con mayor fuerza, llegando aún más profundo y logrando arrancarle varios gemidos de placer.
Ciel: ¡A~aah! ¡Mmmh! -Exclamaba, aferrándose con desespero al cuerpo de su amado y arañando un poco su espalda- ¡M~me Vengo! ¡Sebastian!
Un fuerte quejido, acompañado de un gran gruñido de placer, indicaban que ambos se habían llegado al clímax al mismo tiempo.
El ojiazul no podía controlar su respiración agitada y hecha un desastre, lo cual llevó a que su amado se preocupara e intentara calmarlo con tiernos besos y suaves caricias.
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Solo Mio
RandomEnamorarse, es una hermosa etapa en la vida de cualquier persona, que se disfruta mucho más en la adolescencia. Sin embargo, este no parecía ser el caso para Sebastian Michaelis, un hombre de 27 años, sirviente (Mayordomo) de la mansión Phantomhive...