Fotografía 30

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Draco tuvo que tomar una inspiración muy profunda para que sus piernas no temblaran y Harry no se diera cuenta. Menos mal que estaba apoyado en la pared.

Un par de horas antes el profesor Lupin había dimitido al verse expuesto su mayor secreto: era un hombre lobo y la noche anterior había estando campando a sus anchas por los jardines de Hogwarts. Nadie lo había sabido, pero Harry y sus dos amigos habían terminado en la enfermería. Draco sí. Porque había quedado con Harry y había escuchado revuelo en la enfermería y había visto que había terminado allí, con sus dos amigos.

Por eso, le había acorralado esa noche y le había exigido que le contara lo que había sucedido. Porque estaba seguro de que estaba relacionado con el profesor Lupin, al que tanto cariño le tenía Harry. Y había acertado.

—Por Merlín... —susurró Draco, digiriéndolo todo.

Black era inocente, la rata de Weasley en realidad era un animago llamado Peter Pettigrew que había sido el verdadero traidor, Remus Lupin había sido amigo de la infancia de esos dos y de los padres de Harry y, para colmo, Harry casi había sido dementado.

Black se había fugado, Buckbeak también había huido, al igual que el animago traidor. Y Harry había escapado de los dementores gracias a su patronus corpóreo. Un ciervo.

—¿Cómo consigues meterte en tantos líos?

—No tengo ni idea —Harry se sentó a su lado.

En algún momento Draco se había dejado caer hasta el suelo. Ni se había dado cuenta.

—¿Cómo...? ¿Cómo te encuentras...?

—Estoy... triste, no te voy a mentir. Me hacía ilusión vivir con mi padrino. El profesor Lupin también se ha marchado.

—Bueno, pero este verano podré enviarte más cartas a esa dirección muggle, ¿no? Además, son los mundiales de quidditch. Aunque estaría mejor que fueras a verlos en persona.

—Con mis tíos... No creo que tus padres quieran verme cerca de ti tampoco.

Draco se mordió el labio. Era cierto. Harry estaba triste. Era normal.

—Dicen que revives experiencias horribles cuando estás cerca de los dementores...

Harry titubeó. Draco calló, pero se podía imaginar un poco lo que revivió.

¿Qué vería él si un dementor se le acercara? Draco no lo sabía, pero no le hacía falta. Ya había vivido una experiencia horrible segundos atrás. Cuarenta y ocho horas atrás, había estado celebrando su cumpleaños con Harry, pidiendo un deseo. Harry le había preguntado qué había pedido, pero Draco evitó la pregunta con elegancia.

En ese momento, agradeció no habérselo dicho. Porque si lo decía en voz alta, los deseos no se hacían realidad.

Y el de Draco sí se había cumplido.

«Deseo no perderte nunca, Potter».

Harry y Draco, felices por los exámenes aprobados.

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