Fotografía 61

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Charity Burbage.

—Debo ser yo quien mate a Harry Potter, y lo haré.

Y acto seguido, un gemido lleno de dolor y angustia se escuchó por todo el salón. Algunos miraron asustados hacia el suelo, desconocedores de que alguien había preso en el sótano. El Señor Tenebroso ordenó a Colagusano que callara al prisionero y este se apresuró a cumplir con su cometido. Después de aquella interrupción, el Señor Tenebroso pidió una varita que poder usar.

Lucius Malfoy fue el desdichado mago que tuvo que prestársela. A la señal de Narcisa, el padre de Draco se la entregó al mago, respondiendo a las preguntas técnicas sobre la varita. El Señor Tenebroso sacó la suya para compararlas y el padre de Draco hizo un gesto delator, creyendo por un segundo que habría un intercambio.

—¿Darte mi varita, Lucius? ¿Mi varita, precisamente? Te he dado la libertad. ¿Acaso no es suficiente con eso? Sí... es cierto, me he fijado en que últimamente ni tú ni tu familia parecéis felices... ¿Tal vez os desagrada mi presencia en vuestra casa, Lucius?

—¡No, mi señor! ¡En absoluto!

—Mientes, Lucius...

Draco reprimió un escalofrío al escuchar el suave siseó de su señor al pronunciar el nombre de su padre. Para colmo, una enorme serpiente se paseó entre los pies de los presentes para trepar hasta los hombros del Señor Tenebroso.

Su señor siguió molestando sobre la supuesta infelicidad de su familia. Pero Draco seguía absorto en un punto en concreto de la estancia. No podía dejar de mirarlo. Aquel cuerpo inerte que flotaba en el aire, justo encima de la larga mesa.

Draco echó un vistazo fugaz a su señor antes de apartar de nuevo la mirada. No quería establecer contacto visual con él. Sin embargo, tenía que estar atento a sus palabras a pesar de que su cabeza estuviera como entumecida. No recordaba ningún día en que no tuviera aquella sensación desde el año pasado.

Su tía Bellatrix aprovechó para mostrarle el gran honor que tenía y su pleitesía. No obstante, su señor sacó a colación la mancha deshonrosa de la familia Black: su prima se acababa de casar con Remus Lupin, el hombre lobo. Los demás mortífagos rieron ante la humillación de su familia y su tía Bellatrix no tardó nada en despreciar a su hermana, a su cuñado, a su sobrina y al reciente marido de esta última.

—¿Qué dices tú, Draco?

Draco estuvo a punto de pegar un brinco por el terror.

—¿Te ocuparás de los cachorritos?

Aterrado como estaba porque el Señor Tenebroso se había dirigido a él, buscó el consejo de sus progenitores. ¿Qué debía hacer? ¿Contestar? ¿Reírle la gracia? ¿Asentir con la cabeza? Su padre tenía la cabeza clavada en su regazo y su madre negó de manera muy sutil, mirando hacia la pared de enfrente.

Por suerte, el Señor Tenebroso pronto se olvidó de él y dio un discurso, prometiendo erradicar el cáncer que se propagaba entre las nobles familias mágicas, las de sangre limpia. Y para darle más sentido a sus palabras, reanimó a la mujer que todavía estaba suspendida en el aire, inmovilizada.

Draco apartó la mirada, no siendo capaz de mirarla estando despierta. Había visto a aquella mujer. La recordaba. Eso hacía todavía peor las cosas.

—¿Reconoces a nuestra invitada, Severus? —preguntó su señor.

—¡Severus! ¡Ayúdame! —gritó, después de dar lentamente una vuelta y colocarse mirando a la chimenea.

Snape la reconoció de inmediato por su respuesta. Mientras tanto, la mujer seguía girando, expuesta como un mono de feria.

—¿Y tú, Draco, sabes quién es?

Draco se apresuró a negar con la cabeza, mintiendo totalmente.

—Claro, tú no asistías a sus clases.

No, pero la había visto durante seis años seguidos por Hogwarts. Era la profesora de Estudios Muggles, Charity Burbage.

Mientras el Señor Tenebroso iba contando todos los pecados que había hecho al apreciar a los muggles y a los sangre sucia, la mujer iba suplicando a Severus que la ayudara, que la salvara de su fatal destino.

Draco apretó las manos debajo de la mesa. Estaba tenso. Los gemidos lastimeros de la profesora le ponían malo. Pero su voz no se escuchó por mucho tiempo más.

¡Avada Kedavra! —la maldición del Señor Tenebroso iluminó de verde todo el lugar.

El cuerpo de la profesora cayó pesadamente sobre la mesa. Muchos mortífagos se echaron para atrás con la silla del susto, siendo Draco el único que se cayó de ella. Draco agradeció haberlo hecho en cuanto escuchó al Señor Tenebroso susurrar:

—A cenar, Nagini.

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Scorpius y Albus salieron del recuerdo queriendo vomitar allí mismo. Se contuvieron a duras penas.

Albus todavía sentía temblores por todo su cuerpo. El miedo le atenazaba todos los músculos. Por otra parte, a Scorpius se le habían llenado los ojos de lágrimas. Las emociones habían sido tan fuertes que les había afectado demasiado.

Albus sabía que su padre había vivido lo indecible durante la guerra, recorriendo toda Gran Bretaña en busca de los Horrocruxes y siendo perseguidos. Sin embargo, nunca se imaginó de aquella manera la convivencia con el Señor Tenebroso.

Entendió por qué ambos hombres habían terminado con tantas secuelas.

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