Anexo 11

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Luna y Rolf Scamander.

Eso era un error. Un tremendo error. No debía estar ahí.

Tenía que estar en casa con Astoria y con Scorpius, no en una maldita boda, muriéndose de frío en plena Antártida solo porque esos dos magizoólogos majaderos habían decidido casarse rodeados de animales marinos salvajes no mágicos. Y en pleno enero.

Pero Harry había decidido allanar su casa, otra vez ya como costumbre, y lo había aparecido en medio de la nada y con temperaturas gélidas. Estuvo a punto de pillar hipotermia por el cambio brusco de temperatura y estuvo insultando a Harry hasta que entró en calor y a partir de ahí ya sí que estuvo a punto de pegarle al estilo muggle.

Draco estaba a nada de cometer un crimen de odio contra Harry. Por mucho que hubiera salvado a su familia y a él.

—Vamos, alegra esa cara. Estamos en una boda. Y las bodas se supone que siempre son felices —le dijo Harry, sonriéndole.

Draco solo sería feliz cuando le clavara el picahielos en un ojo.

—No cuando eres un cubito de hielo andante, Potter.

—Espera, voy a renovar el hechizo, creo que se ha debilitado.

Harry sacudió su varita y enseguida Draco notó cómo el aire a su alrededor se calentaba un poco más. No era mucho, pero al menos estaba dejando de tiritar como un flan. De todas maneras, miró con odio a Harry.

Todo era su culpa.

—No entiendo por qué estoy aquí. No he hablado casi nunca con Lovegood.

—Pero ella quería que estuvieras. Le caes bien.

La amargura se reflejó en la cara de Draco. ¿Cómo podía caerle bien después de estar secuestrada en su casa? Miró a Harry. Todavía no entendía por qué seguía hablándole y tratándole como si nada. Su familia estaba marcada, siempre les perseguirían.

Draco reprimió un escalofrío, pero no de frío. A su mente le vino la noche del ataque.

El refuerzo de aurores no llegó hasta pasada la media hora, cuando todo ya había terminado y los Potter se habían encargado de los asaltantes. Los muy desgraciados les acusaron de torturarles y atacarles con maldiciones imperdonables. La señora Potter estuvo a punto de embrujarle para que se callara de una vez, defendiendo a capa y espada la inocencia de Astoria.

Draco y su familia decidieron no denunciar la agresión al ver la cara de circunstancias que puso Weasley. Supieron al momento que iban a ignorar olímpicamente la denuncia de una familia mortífaga contra un puñado de magos idiotas por agresión y allanamiento. El Ministerio soltó una excusa de que investigarían de todas formas el incidente, pero Draco ya no supo más de eso. Harry había estado totalmente furioso y había prometido hacerles pagar, de una forma u otra.

Desde entonces, la paranoia de Draco sobre la seguridad de su familia se había agravado todavía más. Nada más nacer Scorpius, todos habían decidido que mantendrían un perfil bajo por el bien del bebé. Sin embargo, no había servido de nada. Igualmente les habían atacado.

Draco le había exigido a voz en grito a Harry que reforzara todavía más las defensas de la casa. Ellos no podían convocar más magia ancestral y poderosa por su prohibición, así que solo les quedaba confiar en Harry y en la destreza de sus elfos domésticos para protegerles.

—Oye, este año Albus y Scorpius harán dos años. ¿Por qué no lo celebramos todos juntos? Si os sentís más seguros, podemos hacerlo en vuestra mansión. Así no tendréis que salir.

—¿Y por qué tenemos que celebrar el cumpleaños de los niños juntos? —Draco le miró como si le hubiera salido una segunda cabeza.

—Porque nacieron el mismo día.

—¿Y qué? ¿Acaso vosotros todos los cumpleaños el mismo día o qué?

—George y James los cumplen el mismo día y lo celebramos todos juntos, sí —asintió Harry con obviedad.

—¿Por qué tienes tantas ganas de que nuestros hijos hagan las cosas juntos? Ni siquiera son gemelos. Ni hermanos.

—Bueno, yo creo que se llevarán bien si se les da la oportunidad. Estoy seguro.

Draco alzó las cejas.

—¿Y no será porque se parecen un montón a nosotros y quieres que se lleven bien a la fuerza?

—Yo no he dicho eso. Para nada.

—Ya.

Se quedaron en silencio.

—Sigo creyendo que se harían muy buenos amigos —Harry volvió a las andadas—. Es una lástima que habiendo nacido el mismo día, no puedan celebrarlo juntos. Creo que ni siquiera se han vuelto a ver desde el hospital, ¿no?

—Ya, pues yo creo que es muy mala idea.

—¿Por qué, Draco?

No contestó. Harry las sabía ya. Un Malfoy y un Potter parecían destinados a no llevarse bien o si no, cosas malas pasarían. Y más cuando sus padres tenían ese pasado en común, uno para nada agradable. Porque Draco temía que de verdad se llevaran bien. ¿Qué pasaría cuando a Scorpius le acosaran por ser hijo de un mortífago y a prohibirle que se relacionara con Albus Potter? ¿Y qué sucedería con el hijo de Harry? Tal vez le convencían que su hijo que no era buena compañía y luego le daría de lado.

—¿Y si no ocurre todo lo que estás pensando? —preguntó Harry—. ¿Y si ellos logran ser solo niños? ¿Y si ellos consiguen lo que nosotros no logramos conseguir?

—¿El qué? ¿Ser amigos?

—Dejarnos llevar por la sociedad mágica. Que ellos sí puedan crecer con tranquilidad, sin guerras y sin malos a los que derrotar. Sin muertes. Sin rivalidades.

—Eso es imposible, Potter. No mientras carguen con estos apellidos. Albus es clavadito a ti. La gente pondrá grandes expectativas en él solo por ser tu hijo. En James también aunque se parezca menos a ti. Scorpius, por desgracia, va a tener que convivir con los cuchicheos, las habladurías y desprecios de la gente aún sin saber de qué trata. Y cuando crezca... sabrá la familia podrida que tiene, la clase de padre que lo ha criado y los pensamientos puristas de sus abuelos.

—Pero sé que harás un buen trabajo con Scorpius, Draco. Has cambiado, Astoria también parece pensar igual que tú. Vosotros seréis quienes criéis a Scorpius y estoy seguro que tendrá una visión más tolerante que tus padres.

Draco desvió la cabeza, hacia un grupo de orcas que parecían estar saludando a una alegre Luna. Rolf Scamander también miraba con admiración a aquellos animales marinos, normales y corrientes.

Draco sintió la mirada insistente de Harry. Se sintió algo ahogado y presionado. No le hacía especialmente gracia la idea. Tenía miedo de lo que podía suceder si todo salía bien y los niños se hacían amigos. Pero Astoria había expresado su deseo de poder ver más veces a los hijos de los Potter, para irritación de sus abuelos.

Y alguien, muy en el fondo de él y que le recordaba extrañamente a su yo de cuando era niño, le obligó a contestar:

—Me lo pensaré.

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—Ahora, dame las gracias bien alto, que yo te oiga —Harry le miró con una gran sonrisa.

—¿Qué te tengo que agradecer?

—Que gracias a mí, nuestros hijos se hicieron grandes amigos.

—Son más que eso, idiota.

—Sí, pero si no hubiera insistido, nada de eso habría ocurrido. Así que dame las gracias.

—En realidad, el mérito es todo de ellos dos porque podrían haberse caído mal, así que no tengo por qué dártelas. Si un caso, deberías dármelas tú a mí por permitir que se conocieran y crear la oportunidad.

Harry le miró fijamente antes de decir:

—Tú, yo. Fuera. Un uno contra uno. Quien pierda, tiene que darle las gracias al otro públicamente.

—Hecho —aceptó Draco.

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