Fotografía 34

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Cáliz de fuego.

Cuarto año no estaba siendo como él había esperado.

Se había peleado con Potter nada más llegar a Hogwarts. El profesor Moody le había transformado en un maldito hurón y le había rebotado contra el suelo como a una vulgar pelotita, claro que había tenido un poco de culpa por intentar hechizar por la espalda a Potter. No lo negaba. A Hagrid le había salido la vena más envalentonada que el anterior curso y le contestaba a sus comentarios en respecto a los escregutos de cola explosiva.

Por suerte, la cena del treinta de octubre fue más amena, pues los alumnos de Beauxbatons y Durmstrang habían llegado en carruaje y barco respectivamente. Vehículos que podían quitarle el hipo a cualquiera de lo espectaculares que eran. Desde luego, sus llegadas habían causado unas muy buenas impresiones.

Se sintió satisfecho cuando los de Durmstrang decidieron colocarse en la mesa de Slytherin. Encima Viktor Krum se sentó muy cerca de él, así que sus dos amigos y él se inclinaron para poder saludarle entre susurros. Dumbledore dedicó unas cuantas palabras a los invitados antes de inaugurar el banquete. En las mesas aparecieron toda variedad de platos, incluidos los más tradicionales de la zona de cada colegio.

Después de la cena, y con una solemne ceremonia, Dumbledore anunció tras un discurso:

—Los campeones serán elegidos por un juez imparcial: el cáliz de fuego.

Dumbledore enumeró los puntos más importantes y los mandó a dormir.

Slytherin dejó paso a los alumnos de Durmstrang para que salieran primero, apelotonándose con el grupo de Gryffindor. A la cabeza iban Potter y sus indeseables amigos. Y claro, allá por donde fuera Potter, siempre llamaba la atención con su estúpida raja en la frente. El profesor Moody intervino intercambiando varios gruñidos con el profesor Karkarov, director de la escuela. Luego, Karkarov se fue con sus alumnos, Moody salió después y los de Slytherin aprovecharon para colarse, con algunos de Gryffindor mezclándose entre el tumulto.

Fue así como desapareció de golpe y porrazo debajo de una capa invisible y unas manos le taparon los labios para que no chillara. Draco frunció el ceño.

—Malfoy, tenemos que hablar —susurró Potter en su oído para hacer el menor ruido posible—. No ahora, sino mañana. Después de la fiesta de Halloween.

Potter apartó justo a tiempo la mano para que Draco no le mordiera el dedo.

—¿Qué mierda te crees que estás haciendo? ¡Fuera de mi vista!

—Después de la cena de mañana, ¿de acuerdo?

Draco se giró furioso y le soltó:

—¿Y por qué tengo que hacerlo, eh?

—¿No quieres venir? Bien, entonces me colaré en tu habitación.

—No te atreverías.

—Ya entré a tu sala común hace dos años —se encogió de hombros.

Draco gruñó antes de salirse de debajo de la capa.

—¡Me lo tomaré como un sí...!

Ese año, Halloween cayó en sábado. Habría sido como otro cualquiera si no fuera por el ansiado torneo. Los alumnos se fueron acercando al cáliz de fuego para echar sus candidaturas. Draco oyó entre los pasillos el fallido intento de los gemelos Weasley, que habían terminado con barbas blancas. También escuchó que otros infelices lo habían intentado, pero Draco no recordaba sus nombres.

El día pasó más rápido de lo esperado y pronto se encontraba cenando y esperando a que los platos se vaciaran para saber ya los campeones. Todo iba bien hasta que el cáliz de fuego escupió otro trozo de pergamino y Dumbledore leyó:

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