Fotografía 64

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Mansión Malfoy, Wiltshire.

—¡Ya sé que está hinchado, señora, pero es él!

Harry estaba a punto de vomitar, de desmayarse o de empezar a chillar. No lo sabía. La cicatriz le dolía muchísimo y estar tensa por el embrujo de Hermione no le hacía ningún bien. No escuchó del todo bien la explicación a trompicones de Scabior, uno de los Carroñeros que les habían capturado. Narcisa Malfoy le escudriñó el rostro antes de arquear las cejas y ordenar:

—Llevadlos dentro.

A empujones, subieron las escaleras de la entrada para dar un vestíbulo decorado de retratos de miembros Malfoy.

—Seguidme. Mi hijo Draco está pasando las vacaciones de Pascua en casa. Él nos confirmará si es Harry Potter.

Harry no pudo evitar que su corazón diera un vuelco. Ya tenía suficiente con estar a punto de perder el conocimiento por la cicatriz y ver lo que estaba haciendo Voldemort en esos momentos. Sin embargo, su estúpido cerebro consideró que también era de vital importancia que Draco estuviera allí en esa mansión. Pero no porque estuviera a punto de delatarlo, que también era un gran problema, sino porque simplemente estaba allí y estaba a escasos minutos de volverle a ver en persona.

¿Desde cuándo hacía que no le veía en persona? ¿Estar cara a cara propiamente dicho? Hacía casi un año si estaban en vacaciones de Pascua. Ante ese pensamiento, su corazón dio otro salto. Pero no era momento de pensar en esas cosas. Estaba a punto de ser delatado por Draco.

Narcisa Malfoy les llevó hasta un salón decorado con una chimenea de mármol. Delante de ella, se levantaron dos personas de sus butacas al ver que tenían invitados no deseados.

—¿Qué significa esto? —preguntó Lucius Malfoy.

El miedo empezó a hacer estragos en la mente de Harry, cosa que le benefició en no ver lo mismo que Voldemort. Porque su vida estaba en completo peligro. Ni siquiera el dolor en su cicatriz se comparaba a la sensación de miedo que estaba sintiendo en esos momentos.

—Dicen que han capturado a Potter —explicó Narcisa casi con aburrimiento—. Ven aquí, Draco.

Y aunque Harry hubiera querido mirarle directamente a la cara, no podía por el rostro abultado y porque no veía casi nada sin sus gafas. Tan solo distinguió a alguien un poco más alto que él, seguramente había pegado ese estirón durante el tiempo en que no se vieron, y con un manchurrón rubio en la parte alta de su cabeza. ¿No parecía estar más pálido que antes incluso?

A Harry y a sus amigos les empujaron debajo de la lámpara en forma de araña.

—¿Y bien? ¿Qué me dices, chico?

Harry evitó mirarle a los ojos. Ya fuera por miedo o también por el remordimiento que decidía salir en esos momentos. Tampoco dijo nada. Sabía que si lo hacía, Draco le reconocería al momento. Lucius apremió a su hijo para que le reconociera. Mientras tanto, Draco también evitaba mirarle directamente, temeroso.

—No sé... No estoy seguro.

Harry trató saliva. ¿Quizás no le había reconocido? ¿O quizás sí y por algún casual había decidido dar esa respuesta tan vaga?

—¡Pues fíjate bien! ¡Acércate más! —gritó Lucius, totalmente ansioso—. Escúchame, Draco, si se lo entregamos al Señor Tenebroso, nos perdonará todo...

Fenrir Greyback intervino, reclamando la autoría del botín. Lucius intentó apaciguarlo y se acercó él mismo a comprobarle la cara, preguntando qué le había sucedido.

—Yo creo que le han hecho un embrujo punzante —especuló Lucius, para luego fijarse en su cicatriz—. Sí, aquí tiene algo. Podría ser la cicatriz, tensada... ¡Ven aquí, Draco, y mira bien! ¿Qué opinas?

Harry estaba cagado de miedo. Estaba jodido. Estaba muerto. Era imposible que Draco no le reconociera. En cuanto viera la marca y su rostro más de cerca, vería que era él, el odioso Harry Potter que había estado a punto de matarle un año atrás, junto al odioso Weasley y a la sangre sucia de Granger.

Draco se acercó tanto a su cara que Harry pudo distinguir perfectamente sus facciones pálidas y angulosas. Era clavado a su padre, salvo por la expresión atemorizada. En cambio, su padre estaba la mar de emocionado con la idea de haberle capturado.

Harry casi no se atrevió a respirar demasiado fuerte. Podía ver los ojos plateados de Draco. Esperó a que él le observara bien.

Sintió un latido del corazón en sus oídos.

Dos latidos.

Draco parecía temblar.

Tres latidos.

Un brillo de reconocimiento danzó en esos ojos que una vez le miraron con expresión alegre.

Cuatro latidos.

Estaba jodido. Le había reconocido.

Cinco latidos.

Harry contuvo la respiración y Draco contestó:

—No lo sé.

Draco se retiró hacia la chimenea, donde se hallaba su madre. Harry sintió que sus piernas se convertían en gelatina. Se habría desplomado allí mismo si no le estuvieran sosteniendo. Los latidos del corazón se alborotaron completamente.

No le había delatado. Draco sabía que era él y aun así, le había mentido a su padre.

El alivio recorrió todo su ser, pero no podía relajarse demasiado porque Narcisa y Lucius se fijaron en sus dos amigos. No podían llamar al Señor Tenebroso sin estar antes del todo seguros. Hermione fue la siguiente a la que escudriñaron bajo la luz.

El miedo volvió a amenazar a Harry. Sus amigos tenían aspectos mucho más reconocibles que él.

Para horror de Harry, Narcisa Malfoy reconoció a Hermione de la tienda de túnicas.

—¡Mira, Draco! ¿No es esa tal Granger?

—Pues... no sé. Sí, podría ser.

Entonces Lucius adivinó correctamente que el chico pelirrojo era el hijo de Arthur Weasley, el traidor a la sangre. Lucius miró a su hijo de nuevo para corroborar sus sospechas, pero este ni siquiera los estaba mirando.

—No sé. Podría ser.

Harry respiraba a toda prisa, con lo que acababa de pasar penetrando totalmente en su cabeza. Draco no les había delatado. ¿Cómo no iba a reconocer a Hermione y a Ron? Era de locos.

Una pizca de esperanza brotó de su corazón. Con un poco de suerte, hasta podrían salir de esa, gracias a la pequeña ayuda de Draco. De pronto, alguien más entró en el salón y preguntó:

—¿Qué significa esto? ¿Qué ha pasado, Cissy?

El mundo se le vino encima a Harry. Con Bellatrix Lestrange ahí, podían darse completamente por muertos.

Estaban acabados.

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—Creo... que necesito un momento... —murmuró Scorpius, levantándose de la mesa.

Albus le observó en silencio, comprensivo. No debía ser fácil ver a sus propios abuelos en un momento tan bajo como aquel, en aquella mansión donde había pasado sus mejores años de la infancia. Seguramente había bajado miles de veces al sótano sin saber que había sido lugar de momentos atroces.

Era duro saber que su familia estaba manchada de esa manera.

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