Capítulo 37: Esa piba es yeta

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El día amaneció fresco, con un viento fuerte que golpeaba mi cuerpo, haciéndome tiritar a pesar de llevar la campera de la promo y una remera de mangas largas que pertenecía a Julián, porque yo solo había alcanzado a meter en la mochila algunas de mangas cortas. Los jeans que traía puestos eran los mismos y me incomodaba usarlos dos días seguidos, porque estaba acostumbrada a tener diferentes opciones para todos los días.

Lo mismo me pasaba con las zapatillas, que dependiendo de la ropa que llevaba o la ocasión, usaba un par distinto siempre. Pero en la casa de mi amigo solo tenía las deportivas de color fucsia que traía puestas la noche que llegué.

Era un drama superficial del que no quería hablar con Julián, pero era uno de los tantos cambios bruscos que me afectaban y me ponían de mal humor. ¡Dios mío! Adaptarme a esta nueva vida iba a ser muy complicado, pero por suerte contaba con su apoyo y el de mis amigos, que al parecer se habían enterado de todo.

El estómago se me revolvía de los nervios cuando caminábamos contra el viento fresco rumbo a la escuela; quería ver a mis amigos y a Verónica, para hablar con ellos y contarles mejor lo que había pasado. Necesitaba verme con Luján para decirle dónde estaba y si podía enviarme algunas de mis cosas que había dejado. Mi respiración se aceleraba más a medida que íbamos acercándonos a la vieja escuela pública.

Afuera había algunos alumnos conversando entre sí, otros jugando y haciendo tiempo hasta que tocara el timbre de entrada. Adentro, en el pasillo donde solíamos encontrarnos siempre vi a Pilar coqueteándole a Thiago y en cuanto los vi sonreí y corrí para ir a saludarlos.

—¡¿Natalie?! —dijo la morocha al verme—. ¡Natalie! Vinistes, no puedo creerlo, Nati. ¿Estás bien?

Se aferró a mí diciendo lo mismo repetidas veces, mientras que yo solo cerré los ojos e hice fuerzas para no llorar durante nuestro abrazo. Pilar era mi mejor amiga y me hacía bien tenerla cerca, al igual que a Thiago que también se acercó a abrazarme.

—¿Estás bien? Posta, pensé que no ibas a venir.

—¿Y qué iba a hacer? Tengo que venir, encima mañana tenemos el examen y no puedo faltar más.

—Faltaste una sola vez en el año, si querés podés faltar la semana entera.

—No quiero faltar. Además, quería verlos a ustedes —dije y miré con cariño a mis amigos, ellos me respondieron de la misma manera—. Lo habíamos pasado tan bien en el Cerrito, que fue una lástima que mi pa-Alberto haya arruinado todo.

—¿Hay alguna forma de ayudarte?

—No sé, Thiagui, todo es muy reciente. Quisiera hablar con Luján para ver si puedo recuperar algunas de mis cosas y saber cómo está Caramelo...

—¡Natalie! —La voz que más quería escuchar interrumpió mi conversación—. ¡Nati!

Verónica venía hacia mí cojeando levemente con una expresión de preocupación en su rostro, sus ojos brillaban y su desesperación por alcanzarme era notable. Dejé a mis amigos un momento y fui hacia ella, cuando por fin nos encontramos nos dimos un sentido abrazo que terminó por derrumbarme.

Comencé a temblar en sus brazos y no pude guardar mucho más el llanto que salió casi en silencio con pequeñas lágrimas que mojaron mi cara y el hombro de Verónica. Ella acarició mi espalda conteniéndome, mientras susurraba palabras lindas en mi oído; eran tan cálida y comprensiva que empecé a tranquilizarme minutos después.

—Me alegra mucho verte.

—A mí también —dijo alejándose para verme la cara—. Perdoname... Perdón, fue mi culpa que...

Aquel último año - Wattys 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora