46- Un estallido, una muerte, una venganza

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Faltan exactamente dos horas para que Mario me quite mis poderes, cosa que sé que no pasará.

Porque jamás dejaría que él tomara mis poderes y menos que acabe con el reino animal. Primero tendría que pasar por encima de mi cadáver.

—¿Y cómo le hacemos? —Duncan me pregunta—. Porque Mario es muy poderoso.

—Algo haremos, acabaremos con él.

—¿Cómo estás tan segura? —Irina enarca una ceja mirándome.

Los mismos gestos que hace su hijo.

Hola suegrita.

Vete a la verga.

¿Por qué no le dices que su hijo y tú han...?

Será mejor que te calles.

Vale, por Dios.

—Sólo estoy segura, todo saldrá bien.

—Eso espero —la mujer suspira y cierra sus ojos por unos segundos—. Llevo más de diez años sin ver a mi hijo mi a mi madre.

—Pronto los verás —sonrío pero dejo de hacerlo al ver que Elizabeth entra al salón y se sienta, agitando una de sus manos mientras sonríe.

Hija de... Mejor ni ofender más.
 
                           (....)

Ya son más de las ocho. No sé exactamente qué hora es y no veo movimiento alguno. Mario no se ha aparecido por aquí y Elizabeth está durmiendo.

—¿No iban a tomar tus poderes? —Duncan me pregunta y me encojo de hombros.

—Son más de las ocho. No sé qué ha sucedido.

—Lo más seguro se ha retrasado o está preparándose mentalmente para recibir el poder.

—¿Cómo? —frunzo mi ceño.

—Tienes el máximo poder. Tal vez muere si lo tiene o sólo sigue más fuerte.

—¿Puede morir?

—Sí, hay poderes que no se pueden juntar y tú aún no has descubierto cuántos tienes —Irina me explica—. Tienes curación, tienes el de la creación, puedes hablar por tu mente, puedes predecir y te faltan más por descubrir. Aunque también tienes el poder de la belleza.

—Vaya... qué malo que no los sepa utilizar bien —hago una mueca.

—Tranquila, con el paso del tiempo sabrás.

—Pero los necesito ahora —resoplo.

—Tranquila Mary —Duncan sonríe transmitiendo la misma seguridad que me transmite papá...

Mis padres. No saben nada de mí, ¿o sí?

Me apuesto a que alguien les debe haber contado algo.

De eso no tengo duda.

Ellos están preocupados, mi corazón me lo dice.

—¿Qué sucede? —Irina me pregunta y trago saliva.

—Mis padres, eso sucede. Los extraño, además deben estar preocupados.

—¿Enserio amiguis? —Elizabeth repentinamente abre la puerta y pasa—. Lástima que tal vez mueras hoy.

—Quien sabe y mueres tú.

—¿Qué insinuas? ¿Un rescate?

—Una mierda, Elizabeth, es eso.

—Idiota.

—¡Vamos, sácala ya y a ellos también! —Mario le ordena y ella resopla.

—Ya voy, deja el apuro.

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