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Lena


Con el estómago hambriento bajo las escaleras, todavía algo adormecida y con un moño mal hecho.

Estando en la cocina empiezo a preparar un capuchino en la cafetera. Dejo que el café caiga en la taza mientras busco un plato en el que poner un par de galletas de arroz. Mi metro cincuenta y seis no me deja alcanzarlo, así que me pongo de puntillas y me estiro hacia arriba todo lo posible.

En eso escucho unos pasos que me distraen, haciendo que no pueda fijarme en el plato que poco después cae a mis pies haciéndose añicos.

—Joder. —musito agachándome para recoger los cristales más grandes con las manos.

Al hacerlo su voz resuena por la cocina.

—No. —su voz retumba por toda la cocina, haciendo que levante la cabeza y no me de cuenta de cuando la yema de mis dedos roza el trozo de plato roto en un descuido.

Luego unas botas militares aparecen en mi campo de visión. Reconocería esas botas en cualquier lugar.

No otra vez. Pienso para mis adentros. Después de lo del otro día no quiero verlo. No me gustaría gastar energías discutiendo con alguien a primera hora de la mañana.

—Te has cortado. —musita cuando me levanto, estrechando sus ojos en la gota de sangre de mi dedo índice.

—¿Y? —escupo con rudeza.

Uno, dos, tres y cuarto segundos pasan en los que él no ha apartado sus ojos de mi rostro con un brillo acentuando lo azulados que son.

—Vy ochen' krasivaya. —murmura con la mirada todavía perdida en mi rostro.

Después coge mi mano y lleva mi dedo manchado a sus labios.

—¿Que...—mis mejillas se incendian olvidando lo que iba a decir al sentir el calor y humedad de su lengua limpiar la mota se sangre.

Él suelta un gemido satisfactorio y suelta mi mano antes de hablar en un bajo murmullo.

—I, proklyatiye, kak ya lyublyu tvoyu krov'.

—No te entiendo. No sé ruso. ¿Qué quieres? —digo arrugando el ceño, ignorando el calor de mi cuerpo que no deja de rememorar su lengua sobre mi piel, así hubiera sido solo por un segundo.

—Quiero hablar contigo. —responde fijando su mirada ahora en mí busto. Cerdo descarado.

Como si yo no hubiera hecho eso con su cuerpo miles de veces viéndolo como un trozo más de carne. Pero como sea.

—No tengo tiempo. —repito lo mismo que me dijo aquel día.

El muerde su labio interior y sus mejillas empiezan a sonrojarse muy escasamente. ¿Él de verdad no tiene hielo en las venas?¿Se sonroja? Eso es nuevo.

—Siento mucho lo de ese día. Yo...—deja de hablar, fijándose en mi dedo que ha vuelto a comenzar a sangrar. —Mierda, no puedo concentrarme así.

Lo miro como si le hubiera salido otro ojo cuando sale de la cocina sin previo aviso.

Poco después vuelve con una tirita y un algodón manchado con un líquido negro.

—Es solo un corte diminuto. —replico dejando que limpie la zona con el algodón antes de colocar la tirita alrededor de mi dedo.

Tengo que pestañear varias veces para alejar los recuerdos de mi cabeza que solo me confunden más. ¿A qué viene su actitud de ahora?

—Sé que me he portado como un idiota contigo estos días. Y quiero pedirte disculpas. —habla con sus manos aún sosteniendo la mía. Sus orbes azules ahora tienen una mirada intensa, pero lo que hace que casi se me caigan los ojos al suelo es su... ¿Se está disculpando conmigo? —Estoy pasando por un mal momento y lo estoy pagando contigo. Y no me caes mal, todo lo contrario. Me caes mejor de lo que piensas. —añade lo último con una sonrisa corta, haciendo que mi corazón de un vuelco dentro de mi pecho.

Despiadado Y Cruel [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora