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Alekei


Intenté quedarme dormido con su imagen en la cabeza. Había creado un espacio bastante importante dentro en el que solo existía ella para poder evadirme de todo y disminuir mi sed sanguinaria, como si solo existiera ella y nada más. Era mi mundo.

Pero no pude reconciliar el sueño, la discusión de días atrás me tenía en un bucle de ansiedad y desesperación del que no sabía cómo salir.

Antes de ir al lago del jardín trasero cogí la caja de cigarros y el mechero. Allí comencé a dar caladas fijándome en mi reflejo en el agua cristalina del lago.

Había cambiado. Los años habían endurecido mis rasgos convirtiéndome en alguien letal, pero de alguna forma los recuerdos seguían escondidos en mi cabeza, saliendo en mis peores momentos con voces distorsionadas y convirtiéndome en un niño pequeño que solo trataba de huir de las pesadillas.

Pronto a mi reflejo se le añadió el de alguien más. El de Polina. Ninguno de los dos dijo nada durante un largo rato. Solo nos quedamos observando las luciérnagas que a duras penas alumbraban algunas plantas, ofreciéndonos un apoyo que se basaba en el silencio y respeto del espacio personal, sabiendo que las palabras resultarían inútiles para consolarnos o callar las voces de nuestras cabezas.

Puede que no la viera de igual forma que ella a mí, pero todos estos años a su lado había aprendido a quererla como a una hermana.

—¿Cómo lo haces? —soltó ella de pronto arrugando su ceño y la miré de reojo instándola a hablar. —No bebes, no te drogas. ¿Cómo soportas vivir en este infierno?

—Nací para esto. —hablé con simpleza tirando el cigarro al suelo.

Después me fijé en su brazo magullado por las inyecciones de heroína que se hacía a escondidas y hablé.

—Pero tu no deberías hacerlo, eso solo te destroza más por dentro. Deberías emplear ese tiempo en luchar.

—Lo haré. Lucharé por ti, siempre por ti.

—No necesito que hagas nada por mi, si vas a hacer algo hazlo por ti. —respondí con indiferencia.

No me quedé a escuchar lo que me tuviera que decir y volví a mi habitación con pasos rápidos, queriendo dormir para por fin verla una vez más aunque no fuera real.

•••

Por la mañana me levanté con un dolor de cabeza que me ayudaba a controlar la opresión de mi pecho que no me dejaba respirar con normalidad. Podrían pasar siglos y jamás me acostumbraría.

Esa mañana me duché con el agua ardiendo. Quería olvidar, así que todo dolor físico era bienvenido. Después me vestí cubriendo mis manos con unos guantes de cuero y salí al despacho.

Allí encontré a Luis, que al verme se levantó ofreciéndome una mano para sacudirla a modo de saludo, cosa que rechacé sentándome frente a él y apartando de una patada al hombre atado al escritorio que se había abalanzando sobre mi pierna, quitándomelo de encima. Ahora lucía más limpio.

—Cállate. —hablé cuando este empezó a lamentarse en un gimoteo, como un perro lastimado.

—Lo de la última vez estuvo bastante bien. Me gustaría pedirte cuatro más.

Despiadado Y Cruel [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora