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Alekei


—Eres mi esposa, Lena. ¿Qué intenciones quieres que tenga contigo?

—¿Qué? —la pregunta salió de sus labios como si la hubiesen electrocutado y yo la miré frunciendo aún más el ceño.

Llegando a la conclusión de que no había abierto el sobre que le había dado días atrás en uno de los libros, fue la única manera que encontré para decírselo sin nadie más metiendo sus narices de por medio. Debí haber supuesto que no lo hizo al ella no haberme mencionado nada al respecto.

—¿C-cómo?¿Cuándo? —susurró después volviendo a la realidad.

—Hace mucho tiempo, cuando salíamos juntos. —ella ladeó la cabeza. Parecía que estaba buscando algo en su cabeza.

—Era menor de edad. —asentí despacio restándole la importancia que ella le estaba dando. No era para tanto.

En ese entonces ni su edad ni el consentimiento de sus padres me suponieron un problema para conseguir eso que la sostendría a mi lado hasta el final de mis días. Ya hubiera sido falsificando firmas o sobornando al resto. Lo importante es que lo había conseguido.

Fue la única forma que encontré para que estuviera a mi lado por culpa de la terquedad de Ray en querer aceptar el trato que le ofreció Kristoff para unir nuestras familias, pensando que había sido cosa de mi padre para sacar más beneficios y que yo no sabía una mierda.

A mi padre le dió igual su negativa, prefiriendo su amistad con él y pasando por encima de la promesa que me había hecho años atrás, aunque era de esperarse.

—¿Mis padres estuvieron de acuerdo?

—No. —ella agrandó sus ojos antes de fruncir su ceño en una cara confusa.

—¿No?¿No lo saben? —su pregunta se asemejaba más a una confirmación que no desmentí al negar con la cabeza, sintiendo mi estómago convertirse en nudos.

—¿Fue legal? Quiero decir. No tengo tus apellidos, ¿O si?

No aún. Quise decirle, pero la confusión de sus ojos me detuvo.

Ella probablemente tuviera problemas para recordar y encontrar unas respuestas que yo no podía darle aún, y eso me jodía. Me jodía mucho.

—No, pero puedes tenerlos, es cuestión de que pasemos por el registro. —ella negó rápidamente y agachó la cabeza con una sonrisa asomando en sus labios.

—Quiero pruebas. —determinó después con esas esmeraldas verdes brillando más de lo usual.

—Las tendrás. —aseguré cogiéndola en mis brazos y llevándola a mi dormitorio con su risita calentándome el alma.

Allí la dejé en mi cama y busqué los papeles que siempre conservaba en las mesitas de noche. Todas mis casas tenían una copia por si algún día llegara a necesitarla, y ese día había llegado.

Me senté a su lado y la observé con el corazón casi en la boca por miedo a que saliera corriendo mientras ella leía el papel con asombro. Sobraba decir que el acta de matrimonio era real, incluso estaba firmada y sellada por el gobierno de Toronto.

Ella tragó saliva y levantó la mirada.

—¿Qué pasa si quiero el divorcio? —dijo finalmente mirándome otra vez con el ceño fruncido.

Como si yo fuera un enigma difícil de resolver. Y yo la miré aguantando las ganas que tenía de sacudirle el cerebro por pensar en algo así.

—Estaría jodido, porque no te lo daría ni después de muerto. —respondí con rudeza, queriendo dejarle bien claro que no existía poder humano o sobrehumano en el universo que pudiera romper nuestro juramento.

Despiadado Y Cruel [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora