Capítulo 30

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Constance no podía conciliar el sueño, y todo era culpa de la mujer en el cuarto al otro lado del pasillo. Ella y sus palabras que siempre decía con tanta facilidad y sin pensar.

"¿Soy importante?"

¿Qué diablos significaba eso y por qué estaba permitiendo que su sueño sufriera por esas insignificantes palabras? Intentó cerrar los ojos una vez más para, después de unos segundos, darse la vuelta con un gruñido y sentarse en la esquina de la cama. Recordaba haber visto unas bolsas de té en la cocina, así que se prepararía uno con la esperanza de poder dormir aunque fueran dos horas. Al salir de su habitación, se sorprendió de que la puerta del cuarto de Ella estuviera abierta y la cama vacía. Instintivamente se giró hacia el cuarto de los niños, notando que la puerta estaba entreabierta. Sus pasos con las ridículas pantuflas que Ella le había dado no hicieron ningún ruido, ni siquiera la puerta crujió cuando la abrió lentamente.

La habitación estaba a oscuras, pero los grandes ventanales permitían que la estancia fuera inundada por la luz de la luna. Con sus ojos ya adaptados a la oscuridad de su habitación, podía ver como si fuera pleno día.

En una cama individual dormían los mellizos, cubiertos con una gruesa manta y un cubrecama hasta el cuello, pero lo que la dejó paralizada fue lo que vio en la otra cama individual. Allí estaba Ella, sentada en la cama, con los ojos cerrados y la mejilla apoyada sobre cabello dorado, sosteniendo a la niña que se había quedado dormida en sus brazos. Ella pareció sentir su presencia, porque abrió los ojos y alzó la cabeza lentamente, sorprendiéndose al verla allí. Constance separó los labios al ver el rastro húmedo en el rostro de Ella, y volvió a cerrar la boca al notar que Ella comenzaba a incorporarse, dejando a Maura sobre el colchón y cubriéndola con las sábanas.

Cuando Ella se giró hacia la puerta, Constance ya no estaba allí.

Las manos de Constance temblaban mientras intentaba abrir la caja con las bolsitas de té, y maldijo cuando una se le cayó al suelo. Cuanto más maldecía en susurros, más grande se volvía el nudo en su garganta, hasta que su voz se entrecortó. ¿Cómo no había escuchado que su hija había tenido otra pesadilla? Se reprendió, y la voz de su propia madre diciéndole que no era apta para ser una buena madre -la ironía- resonó en su cabeza.

Su cuerpo se tensó al sentir una presencia cerca.

-Soy yo. ¿Puedo?

A Constance no le dio tiempo a reaccionar, y su cuerpo se estremeció cuando sintió a Ella más cerca, detrás de ella. La caja de té fue tomada de su mano, y en un paso, Ella estaba a su lado abriendo lentamente la caja. Sacó y dejó la bolsita de té en el vaso de Constance y sirvió el agua hirviendo.

Constance no se movió.

-Maura tuvo una pesadilla -susurró mientras buscaba azúcar-. Me di cuenta porque justo iba al baño y la escuché -explicó como si supiera exactamente lo que la morena había estado pensando-. Pensé que dormías y no quise despertarte -continuó diciendo mientras movía la cuchara en el té y le acercó la taza.

-¿Por qué haces esto? -Las palabras de Constance salieron con una mezcla de sorpresa y vulnerabilidad.

Ella ladeó la cabeza en forma de pregunta y arrugó el ceño al notar el temblor en el labio inferior de Constance.

-¿Puedo? -Repitió y esta vez Constance alzó la mirada para encontrarse con unos ojos azules que parecían resplandecer-. ¿Constance? -Preguntó al notar que no reaccionaba.

Constance apenas terminó de asentir una vez cuando Ella alzó los brazos hacia ella, rodeando los hombros y estrechándola a su cuerpo. La morena ahogó un gemido de sorpresa, y Ella cerró los ojos al sentir que, a pesar de que los brazos de Constance se mantuvieron a sus costados, su cuerpo se relajó notablemente.

Extrañas por NaturalezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora