Capítulo 34

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Nota de Autor: Un cap para uno de mis 'tropes' favoritos. Gracias por leer! 

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Ella chequeó la hora por tercera vez. Ya se había terminado un café mientras esperaba, y estaba contemplando tomarse otro. Constance nunca llegaba tarde a ningún lugar; de hecho, siempre llegaba quince minutos antes. Y ya habían pasado diez minutos de la hora acordada. La mujer tampoco estaba contestando a sus llamadas.

Se mordió el pulgar, pensando en qué podría hacer. Después de un minuto, se puso de pie y dejó una propina sobre la mesa antes de salir del restaurante. Hacía dos semanas que no veía a la mujer. Irónicamente, había sido ella la que había tenido que viajar primero a Francia y luego hacer una breve parada en Italia antes de volver a Nueva York.

—¡Aldo! —Exclamó al escuchar el saludo del hombre al otro lado de la línea—. Me preguntaba si estabas con Constance... De vacaciones? Perdón por interrumpir, no, no. Ah. Sí, claro. ¡Disfruten!

Después de terminar la llamada, lo primero que hizo fue detener el primer taxi que se cruzó en su camino.

Intentó llamar de nuevo.

—¿Hmmm? ¿Quién es?

Ella abrió la boca cómicamente. ¿Desde cuándo Constance respondía de ese modo?

—Constance, soy Ella. ¿Estás en casa?

—Dónde mas —respondió con voz ronca, gruñendo antes de toser.

—¿Puedes abrirme la puerta?

—¿Eh? ¿No estabas en Francia? —preguntó desorientada y con un quejido como si estuviera incorporándose o intentándolo.

—No te levantes. —Terminó la llamada sin pensarlo y buscó su llavero en el bolso. Constance nunca le había pedido la llave de regreso y, en momentos como estos, estaba agradecida por ello.

Ella cerró la puerta y dejó su bolso en la entrada, mirando alrededor buscando alguna señal de Maura. El silencio era inquietante y la casa estaba a oscuras. Subió las escaleras en dirección de la habitación de la mujer y tocó la puerta ya entreabierta antes de entrar.

—¿Constance? —Llamó, ojeando el bulto sobre la cama—. ¿Puedo encender la lámpara?

La respuesta de la morena fue un gruñido, escondiendo el rostro bajo la sábana. Ella encendió la lámpara, notando varias cajas de medicina, pañuelos de papel por todos lados y caramelos de miel y menta.

—Estás enferma —dedujo en voz alta y sonrió al escuchar otro gruñido.

—Vaya descubrimiento, Sherlock.

La sonrisa de Ella se ensanchó ante el comentario y su expresión cambió de inmediato cuando Constance bajó un poco la sábana y pudo ver su rostro.

—Constance... ¿desde cuándo estás así? —preguntó al notar el sudor y el rostro enrojecido—. ¿Tienes algún termómetro por aquí? —Se inclinó y tocó la frente de la mujer—. Estás ardiendo.

—Debe estar por ahí o en el baño...

—Por ahí... —repitió Ella en un susurro, buscando entre las cajas sobre la mesita de noche—. ¿Dónde está Maura? —preguntó con un tono más alto, dirigiéndose al baño para buscar el termómetro, dejando la puerta abierta para poder escucharla.

—Con su abuela paterna... Solo era un resfriado y Aldo y Talia están de vacaciones. No quería que se enfermara.

—¿Y pensaste que era adecuado estar sola en esta condición? Ni siquiera intentes darme esa mirada. No funcionará en tu condición y con esa cara.

Extrañas por NaturalezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora