Capítulo 47

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Media hora antes, la mesa del comedor había estado tan colmada de papeles que ni un solo centímetro de la mesa era visible. Ahora solo quedaba una caja de cartón en la esquina, repleta de papeles y viejas agendas recientemente organizadas. Ella se había encontrado con muchas notas y dos agendas que había usado durante su empleo en Ciao. Aunque no pudiera recordar, pudo hacer sentido del método que había usado, especialmente su código de color, que resultó no ser muy diferente al que usaba para organizar su propia vida.

Lo único que le faltaba era revisar la agenda personal de Constance y verificar cuánto conflicto habría entre sus horarios. Tenía la esperanza de que no fuera tan malo; después de todo, se había asegurado de mantener un horario bastante flexible en los últimos años.

Ella tomó un sorbo de café y se quejó al quemarse la lengua.

—Pensé que no querías trabajar en casa.

La voz inesperada hizo que Ella diera un brinco en la silla y se girara hacia la entrada de la cocina. Era raro ver a Constance descalza, aunque fuera en su propia casa. No es de extrañar que no la oyera bajar las escaleras.

—No estoy trabajando —refutó. Solo estaba organizando—. Recién hice café —dijo y tomó su agenda personal y la de Constance para moverse hasta la isla de la cocina para estar más cerca y poder mantener una conversación a gusto.

—¿Ya comiste algo? —preguntó Constance al abrir el refrigerador—. Creo que me apetecen tostadas con huevo. ¿Quieres? —No era la única que se olvidaba de comer al concentrarse en el trabajo.

—No, no he comido. ¿Unos huevos revueltos?

—Lo que desees —dijo la morena con un tono risueño.

Ella abrió la agenda personal de Constance.

—Parece que dormiste bien —dijo con un tono igual de risueño sin dejar de estudiar la agenda.

Constance ahogó una risa. Era difícil no descansar bien cuando Ella se quedaba a dormir con ella. Ya sea por quedar exhausta o relajarse entre sus brazos, dejándose llevar al mundo de los sueños por la suave fragancia que había asociado con la mujer. Le encantaba, aunque se había dado cuenta demasiado rápido de lo que le costaba quedarse dormida cuando Ella estaba ausente.

—No me puedo quejar.

Ella alzó la mirada por un instante y se encontró con los ojos verdes de Constance mirándola fijamente.

—Yo tampoco me puedo quejar. Deberías venir con prescripción; eres mejor que cualquier cosa que he tomado para el insomnio —bromeó sin pensar y ante el silencio repentino volvió a alzar la mirada y esta vez Constance la miraba seriamente—. Mala broma, lo sé.

—Te lo dejaré pasar solo porque el café está caliente.

Ella iba a recordarle que era porque estaba recién hecho, pero algo en la agenda de Constance llamó su atención y se quedó mirando la hoja, hipnotizada. La semana de Constance estaba cargada de citas y entrevistas que apenas le dejaban tiempo libre para alimentarse. No era necesario comparar con su propia agenda para saber que tendría que reorganizar algunas cosas. Por suerte, pocos compromisos en su semana eran urgentes o imposibles de reprogramar. Ese miércoles, Constance había escrito "N.Q 4:30" y había marcado dos horas como posiblemente ocupadas. Ella ladeó la cabeza intentando comprender qué significaban aquellas iniciales. Dos horas en un día de Constance Isles era bastante tiempo para dedicarle a algo o alguien.

—¿Quieres más café?

—No —Ella respondió distraídamente, volteando varias páginas de la agenda, revisando las semanas anteriores. "N.Q" y "A.Q" aparecían varias veces.

Extrañas por NaturalezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora