3. Empecemos otra vez.

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«Debemos enseñar a nuestras niñas que, si expresan lo que piensan, pueden crear el mundo que quieren ver»

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«Debemos enseñar a nuestras niñas que, si expresan lo que piensan, pueden crear el mundo que quieren ver».

Robyn Silverman.

Febrero, 2020

📍Los Ángeles, CA, Estados Unidos.

Digamos que Molly me cae mejor de lo que pensaba y eso lo descubrí en nuestro almuerzo. Ella es exactamente como la había imaginado; amable, chillona, atrevida y glamurosa. Tiene un toque de terquedad en su rara personalidad, pero es manejable después de un rato. Creí que mi padre se había deslumbrado solo por su belleza física, pero no es así. Es inteligente e interesante, más de lo que habría pensado.

En dos horas de conversación y entre un almuerzo sustancioso y bastante nutritivo, descubrí muchas cosas. Uno: Molly es maquillista y estilista profesional. Dos: ha trabajado para cantantes y actrices de clase mundial. Tres: le gusta ayudar y contribuir a la sociedad. Cuatro: le gustan las compras, el Bling³ y siempre lucir bien. Cinco: ama a mi padre con todo su corazón.

Con eso último sé que puede llegar a caerme mejor de lo que ya lo hace.

Luego de eso me fui a mi habitación, después de todo, el té que Serena me había preparado por órdenes de Molly había resultado ser milagroso, ayudándome con el dolor de cabeza. Aún sentía que tenía un ladrillo encima de mis hombros, pero me sentía mejor. Dormí tres largas horas y cuando desperté eran las siete de la noche. Me di una ducha rápida, me puse un jogger gris, una camisa de tirantes blanca y mis pantuflas de unicornio. Dejé que mi cabello se secase al natural, dejándolo suelto sobre mis hombros.

Bajé las escaleras sin saber si me había saltado la cena, porque no encontré a nadie en el comedor. Hambre tenía, pero eso podía esperar, quizás podría darle un recorrido a la casa mientras me despabilaba. Caminé por los pasillos angosto y ornamentados, pasé por la sala de vinos, el salón del té y finalmente llegué a la biblioteca. Creo que, de todos los rincones de la casa, este era el que había extrañado más. Las estanterías de madera llenas de libros del piso al techo y la chimenea de mármol me dieron la bienvenida, haciéndome sentir una niña otra vez.

Sonreí y me senté en un gran y suave sillón. Suspiré y miré todo a mi alrededor, recordando los días en los que pasaba horas y horas leyendo, o dibujando. Sin preocupaciones, sin presión, sin miedo. Que tristeza, un día fuimos unos niños felices y bien cuidados, pero teníamos tantas ganas de crecer que no lo apreciamos. Daría lo que fuera por volver a ser una niña.

Mi teléfono vibró y un mensaje marcó la pantalla. Uno y un centenar más.

Daniel: ¿Podrías contestarme? Te he llamado un millón de veces. Por favor, habla conmigo. Hay una explicación para todo.

Daniel: Sé que estás enfadada, pero no puedes ignorarme para siempre. Merezco explicarme. Por favor, contesta el teléfono.

Claro, lo mereces, porque eres el mejor novio del planeta. Ruedo los ojos y sigo viendo los mensajes.

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