63. Luna de miel.

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«Para mí la risa es lo que más une en un matrimonio»

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«Para mí la risa es lo que más une en un matrimonio».

Michelle Obama.

Septiembre, 2020

📍 Honolulu, Hawái, Estados Unidos.

Digamos que la vida de casados no está mal del todo. O, bueno, quizás no lo es la luna de miel. En todo caso, sea lo que sea, tener a mi mujer encima de mí, dándose y dándome placer, es la mejor recompensa del mundo.

—Eso es, nena —sostengo su cintura y la hago moverse más rápido sobre mí—. Más de prisa.

—Oh, santo Dios —gime, sentada sobre mi regazo, de espaldas a mí, con la curva perfecta de su espalda y su cabellera dorada cayendo en cascada. Es una diosa. Mi amazona. Mi Wonder Woman²⁰ personal—. Sí, sí, sí.

—Más rápido, amor —empujé sus caderas con mis manos.

Sus paredes internas se apretaron a mi alrededor, dejándome seco, arrancándome un gemido. Estaba tan caliente y resbaladiza que entraba con rapidez en su interior. Subía y bajaba con rapidez, chocando piel contra piel. El sol entraba con fuerza por el balcón de la habitación principal, el aroma a sal y la brisa fresca de la playa hacia eco fuera de la casa. En la habitación solo se escuchaba el sonido de las olas, nuestras respiraciones profundas y agitadas, sus gemidos, mis gruñidos. Solo nosotros.

Había muerto y reencarné en mi lugar feliz. Adelinne. Su cuerpo desnudo. Su adoración y disposición. Maldita sea, la amo. Tanto que estoy apunto de correrme de tan solo sentirla.

―Sí ―gimoteó, agarrándose el cabello con las manos. Su espalda haciendo una curva perfecta―. Eso se siente tan bien. Tan jodidamente bien.

—Tú te sientes jodidamente genial —apreté sus caderas contra las mías. Estaba hasta las pelotas en su interior, me sorprendió no correrme es ese instante—. Oh, nena...

—Ven aquí —suplica, tira de una de mis manos—. Por favor.

Me senté en la cama, con ella a horcajadas en mi regazo. Su espalda en mi pecho. Nuestros cuerpos perlados por una fina capa de sudor.

La rodeé con mis brazos, mis manos en su abdomen plano, su cabeza en mi hombro, su respiración en mi oído. Su boca encontró la mía y gimió en un beso que sabía a plenitud y amor. Molió sus caderas en círculos, enviándome a tocar el punto G en su interior.

—Oh, mierda —apretó mis manos—. Oh, diablos, me voy a correr otra vez. Dios.

—¿Así? —mecí mis caderas bajo las suyas.

—Sí, así —gimió y parpadeó, mirándome fijamente. El azul cristalino de sus ojos dejándome sin aliento—. Justo así. Sí. Ahí. Oh, Dios. ¡Arturo! Por favor, por favor.

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