16. Sentir.

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«Entre la razón y el corazón, haz lo que tu corazón debe hacer, finalmente es lo más bello de nuestro ser, nuestro propio sentir»

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«Entre la razón y el corazón, haz lo que tu corazón debe hacer, finalmente es lo más bello de nuestro ser, nuestro propio sentir».

Miguel Ángel Cornejo.

Abril, 2020

📍Los Ángeles, CA, Estados Unidos.

El conductor hizo lo que le pedí, condujo hasta que le dije que ya era suficiente. Le pagué quince dólares y le di cinco más de propina. Caminé y caminé diez minutos hasta que reconocí el lugar a donde mis pies me llevaron. El cementerio. Hacia tanto tiempo que no venía que me parece un lugar demasiado extraño. Busqué entre las hileras hasta que encontré el nombre que sin saber estaba buscando.

ADELINA ROSE PEYTON-LEWIS

ADORADA ESPOSA Y MADRE

TE AMAREMOS HASTA LA ETERNIDAD

1.970 — 2.008

Sin poder contenerme al ver su lápida limpia, con rosas rojas frescas, me dejé caer en la grama verde y bien cuidada. Y lloré. Lloré una hora completa. Balbuceé, chillé, sollocé y maldije entre dientes hasta que el pecho me tembló. Me abracé las rodillas cuando me calmé un poco y miré fijamente el nombre de mi madre.

—¿Qué puedo hacer, mamá? —susurré—. ¿Qué puedo hacer para quitarme todo este peso de encima? ¿Cómo me curo del dolor? —apoyo la frente en las rodillas y cierro los ojos—. ¿Cómo? ¿Cómo? —parpadeo las lágrimas y respiro profundo—. Te echo tanto de menos, mamá. ¿Dime cómo puedo dejar de sentir?

—No se puede —dice una voz a mi lado y me sobresalto—. Lo siento, no quería asustarte.

Veo al hombre de pie junto a la otra lápida a tres metros de la de mi madre. Es alto, de cabello castaño oscuro y tiene los ojos azules. Va vestido de manera elegante pero fresco, aparenta los treinta y tantos o cuarenta y pocos años, más o menos.

—No te preocupes —me seco las lágrimas—. Pensé que estaba sola.

—Acabo de llegar —asegura, con las manos metidas en los bolsillos y la mirada fija en la lápida—. A veces, digo que solo vendré una vez al mes y termino aquí casi todos los días. Es complicado.

—Es difícil —concuerdo con él.

—Sí que lo es —asiente, después me mira—. Han sido los cuatro años más largos de mi vida. ¿Y tú?

—Catorce —respondo y vuelvo a mirar la lápida.

—Guau —dice—. ¿Se vuelve más fácil?

Ojalá.

—Se aprende a vivir en su ausencia —digo—. El recuerdo sigue doliendo, pero los momentos felices hacen que todo sea más sencillo.

Nos quedamos en silencio, hasta que lo veo sentarse también, igualando mi postura.

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