58. Por el resto de nuestras vidas.

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«El compromiso es lo que convierte una promesa en realidad»

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«El compromiso es lo que convierte una promesa en realidad».

Abraham Lincoln.

Septiembre, 2020

📍París, Francia.

No sé en qué momento me levanté del suelo, ni cuando le puse el anillo en el dedo, mucho menos cuando la rodeé con mis brazos y la besé hasta el maldito cansancio.

Me sentía eufórico, un poco asustado y la mar de contento. De hecho, no creo que haya sido tan feliz antes. Ni cuando me gradué de la universidad, cuando oficialicé mi primer trato exitoso. Nada. Jamás en mi vida he sido tan feliz, no como en este momento. Una rara electricidad me recorre el cuerpo, siento que puedo volar, ir a la luna y regresar sin esfuerzo alguno, lo cual es extraño, porque jamás había tenido la sensación de querer ir a la luna.

Con los ojos cerrados, con la mujer de mi vida entre mis brazos, me siento el hombre más afortunado del mundo.

Lo tengo todo. Ha dicho que sí.

Escucho a Addy sollozar en mi cuello cuando deja de besarme. La abrazo con fuerza, la retengo pegada a mi cuerpo por lo que parece una eternidad. No puedo hablar, no puedo pensar. Todo lo que puedo hacer es vivir el momento. El instante más feliz de mi existencia.

—¿De verdad está pasando esto? —susurra con la voz ahogada.

—Sí —beso su sien y respiro su perfume—. Sí está pasando, amor —la aprieto con fuerza—. Déjame verte.

Saca la cabeza de mi cuello y deja su rostro frente al mío. Tiene los ojos y las mejillas enrojecidas, lágrimas de felicidad y una sonrisa de absoluto desconcierto.

—Me pediste matrimonio —susurra.

—Sí.

—Y yo acepté.

Me reí y asentí.

—Sí, cariño, aceptaste.

—Y ahora nos vamos a casar.

—Sí, nos casaremos.

Seré tu esposa.

Acuno su rostro entre mis manos y la beso en la frente y en la nariz.

—Sí, toda mía.

Serás mi esposo —pone sus manos en mi cara.

—Sí, todo tuyo. Por el resto de nuestras vidas.

La beso. Me ahogo en su boca dulce y en su cálida suavidad. La rodeo con mis brazos y la levanto un poco del suelo, con sus brazos alrededor de mi cuello.

—Esto es una locura —se ríe contra mis labios.

—Lo es —asiento, sonriendo.

—Pero estoy feliz.

—Lo sé, yo también —beso su mejilla, su barbilla y su cuello—. Nunca he sido tan feliz, mi amor. Te amo. Te amo. Me haces muy, muy feliz.

—Yo también te amo —me levanta la cabeza y me mira profundamente con sus ojos brillantes—. Yo tampoco he sido tan feliz como lo soy desde que te conozco. Desde que tomaste mi mano y me enseñaste lo más bonito del amor, he sido feliz. Todo gracias a ti —me pasa las manos por las mejillas y sé que está quitándome las lágrimas que se han escapado de mis ojos. ¿Soy un imbécil por estar llorando en este preciso instante? Pues, soy el imbécil más afortunado y feliz del mundo entero. Ella sonríe y se inclina para besarme con suavidad y cariño—. Dios, Arturo, te amo tanto. No sé qué decir.

—Eso es suficiente —la dejo sobre sus pies otra vez y enmarco su rostro entre mis manos—. Dime que me amas. Dime que quieres ser mi esposa. Dime qué quieres casarte conmigo.

Quiero casarme contigo —me pone las manos en la nuca, tirando de mi cabello entre sus dedos. Me mira con los ojos llenos de amor, de convicción—. Quiero ser tu esposa. Quiero pasar el resto de mi vida contigo. Te amo. Eres mi vida, mi amor, mi todo. Te amo. Te amo tanto.

Cierro los ojos apoyando la frente sobre la suya.

—Te pedí matrimonio —susurro eufórico.

—Me pediste matrimonio —se ríe con lágrimas en los ojos.

—Y dijiste que sí.

Asintió con rapidez.

—Yo dije que sí.

—Y ahora nos casaremos.

—Nos vamos a casar.

Serás mi esposa.

Ella, mi Addy —que, para mí, es la cura del cáncer, la lámpara de Aladino y el número suertudo de la lotería—, será mi hermosa y amada esposa.

—Sí, seré tu esposa. Toda tuya. Y tú serás mi esposo. Todo mío.

—Seré todo tuyo, mi vida. Todo tuyo.

—Por el resto de nuestras vidas.

Sonreí como un idiota enamorado.

Por el resto de nuestras vidas.

La fase número uno de mi plan está lista, ahora voy por la fase número dos. Cruzaré los dedos.

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