1. Nuevo comienzo.

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«Lo que la oruga llama el fin, el resto del mundo le llama mariposa»

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«Lo que la oruga llama el fin, el resto del mundo le llama mariposa».

Lao Tzu.

Febrero, 2020

📍Los Ángeles, CA, Estados Unidos.

Los Ángeles seguía exactamente igual a como lo había dejado hace seis años, cuando emprendí un doloroso y complicado viaje. Me fui para cumplir mis sueños, y lo hice. Fui a Nueva York con solo mil dólares en efectivo, una maleta llena de pinturas y acuarelas, con las expectativas por el cielo y unas ganas inmensas de triunfar. Y lo logré. Creo que debo estar orgullosa de eso, incluso cuando todas mis ilusiones fueron pisoteadas y tiradas a la basura por las personas en las que confié. Pero eso no importa, lo gratificante de todo es que tuve la oportunidad de mostrarle al mundo mi talento y que le dieran el mismo amor que yo les daba sin condiciones.

Creo que todo valió la pena, después de todo, Adelinne Lewis es reconocida a nivel mundial como una aclamada artista. Debo decir que todo salió mejor de lo que esperaba.

Estoy agotada luego de un vuelo de casi siete horas, una silla en clase turista porque en primera ya todo estaba agotado. Sí, quizás podría haber esperado, pero quería salir lo más pronto posible de Nueva York. Quería que me salieran alas y poder volar yo misma lejos de esa maldita ciudad. Después de mi reunión de anoche con todos los imbéciles de mis exes, lo único que podía hacer era beber. Consumí dos botellas de tequila yo sola, en aquel club nocturno que estaba de inauguración. La primera botella corrió por cuenta de ellos, tal vez mi vestido era demasiado corto y me veía tan sexy que no tuvieron más remedio que darme la botella gratis. La siguiente la pagué yo, y fueron los ochenta dólares mejor gastados hasta ahora.

Por eso ahora parezco una marmota con mis jeans ajustados negros con rotos en las rodillas, una camiseta azul oscuro con el logo de Marvel en el medio, unas sandalias planas y un moño desordenado en la cima de mi cabeza. No contemos los lentes oscuros y redondos cubriendo mis ojos del pesado sol del mediodía de Los Ángeles. Mi cara de pocos amigos habla por mí misma y por eso nadie me dice nada cuando arrastro mis dos gigantescas maletas fuera del LAX¹ en busca del auto que me va a recoger para llevarme a casa.

No tengo que esperar mucho, porque Frank Jones aparece vestido como salido de la película Hombres de Negro. Ahora tiene unas cuantas canas en las sienes, pero sigue siendo el mismo Veterano del ejército que me llevaba a la escuela cuando tenía quince años. Alto, fornido, pelo corto y castaño, ojos verde claro, piel bronceada y ligeramente más tostada ahora que hace unos años. Sin embargo, los cuarenta y ocho años que tiene no se le notan para nada.

—Hola, Frank —lo saludo una vez que estoy frente a él. Me mira de punta a punta, frunce el ceño detrás de sus lentes oscuros y aprieta los labios en una dura línea—. ¿Me vas a saludar o ahora eres muy viejo como para darme un abrazo?

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