53. La recompensa llega a aquellos que esperan.

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«Cuanto más duro sea el trabajo, mayor será la recompensa»

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«Cuanto más duro sea el trabajo, mayor será la recompensa».

George Allen.

Agosto, 2020

📍Los Ángeles, CA, Estados Unidos.

Arturo es el paciente en convalecencia más terco, pesado y estresante de todo el mundo. Se queja, balbucea, gruñe y hasta ha llegado a gritarme, pero una mirada dura de mi parte y cierra la boca. No puedo culparlo, si soy honesta, porque los analgésicos lo mantienen un poco fuera de sí, sin embargo, sabe que debe comportarse conmigo. Ah, pero cuando se trata de mimos, ahí sí es todo un oso de peluche.

—Amor —me había dicho un día cuando estaba sentada en la cama revisando unos papeles de la galería—. Nena.

—¿Mmm? —continué leyendo—. ¿Qué pasa?

—Te extraño —soltó.

Solté los papeles y lo miré por encima de mi hombro. Fruncí el ceño y lo detallé. Estaba sentado contra la cabecera de la cama, con un short deportivo y el torso desnudo, salvo por el parche de la venda en su abdomen, con el iPad en la mano. Pero eso no me pareció lo más caliente del mundo, si no el mohín en sus tersos labios.

Me reí.

—No es divertido —dijo él, refunfuñando.

—¿Me extrañas? —dije entre risas—. Amor, estoy justo aquí.

Él puso los ojos en blanco.

—Mi Sol, ya sabes que no hablo de eso —dice.

—¿Y de qué hablas, entonces? —ya sabía de lo que hablaba, pero quería que él me lo dijera.

—Ya sabes —me miró obvio.

—No, háblame —dije, haciéndome la confundida.

—Adelinne —advierte—. Ya sabes...

Esto es de lo más divertido.

—No lo sé —negué—. ¿Qué?

Pone los ojos en blanco otra vez y deja el iPad en la mesita de noche. Se estira un poco y me agarra de la mano, para después apoyarla en el paquete que se le está empezando a formar en la entrepierna. Solté un fingido jadeo de incredulidad y me mostré falsamente escandaliza. Después aparté la mano de su erección y solté una carcajada. Fue tanta la diversión que me quedé sin aire y me dejé caer de espaldas en el colchón.

—No sé de qué mierdas te ríes —soltó con rabia, porque cada vez que se enfurecía decía todas las vulgaridades que conocía—. No es divertido.

—¡Sí lo es! —dije ahogada con mi propia risa—. ¡Ay! —grité cuando me jaló un mechón de cabello con fuerza—. ¡De acuerdo, de acuerdo! No es divertido.

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