37. Tú eres mi hogar.

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«La casa debe ser el estuche de la vida, la máquina de felicidad»

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«La casa debe ser el estuche de la vida, la máquina de felicidad».

Le Corbusier.

Junio, 2020

📍Los Ángeles, CA, Estados Unidos.

Voy prácticamente corriendo hacia la cafetería en donde tengo que encontrarme con Oliver, con quién me puse de acuerdo hace más de una semana, pero no tenía tiempo. Todo el asunto con la galería nos ha tenido ocupados a todos, de una manera que no creí posible. Todo el equipo está implicado y contribuyendo para que todo salga perfecto. Incluso Arturo, aunque solo sea el inversionista, ha estado a mi lado en todo el proceso.

Me apresuro a entrar a la cafetería para poder tener un poco de aire acondicionado, porque junio en L.A. es un infierno. Se prevé que julio será peor. Me pongo de puntas de pie sobre mis sandalias planas de color azul oscuro. Esas de las que Arturo se burla y dice que son sandalias de abuelita. No me interesan sus burlas, pero me encanta el Arturo juguetón y por eso se lo permito. Sin embargo, con estas temperaturas tan horribles, las prefiero a los zapatos cerrados. Por eso me puse un vestido veraniego corto y de tirantes finos, de color azul claro con estampado de flores blancas que va a juego con mi calzado.

Alcanzo a ver a Oliver en una mesa al fondo, levanta una mano para saludar y le sonrío antes de acercarme.

—Hola, ¿qué tal? —lo saludé con un abrazo rápido.

—Bien, bien. ¿Qué tal tú? —ambos nos sentamos y nos sonreímos.

—Todo genial. ¿Y los niños?

—Están bien, con mi suegra en Canadá —responde, y me ofrece una botella de agua con gas—. Ordené por ti, si no te importa.

—No, está bien, gracias —la tomo entre mis manos, pero no la abro. Por mucho que me agrade, no suelo aceptar cosas de desconocidos—. ¿Los niños están en Canadá?

—Sí, se fueron de paseo. Volverán el mes que viene —dice.

—No sabía que eras de Canadá.

—Sí, pero me vine a los Estados Unidos con mi mamá cuando cumplí los cinco años —responde, mirándome con una sonrisa—. Ya sabes, madre soltera. Murió hace diez años.

—Oh —hice una mueca de empatía—. Lo siento.

—Está bien —se encoje de hombros.

—¿Y tú padre? —indagué sin vergüenza.

Su rostro se transformó, en sus ojos azules pude ver un rastro de furia correr sin compasión.

—Un hombre de negocios, no tenía tiempo para nada, ni siquiera para su familia —suspiró—. En fin, no hablemos de cosas deprimentes —se ríe y sacude la cabeza—. Cuéntame, ¿cómo va todo con la galería?

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