17. Es hora de seguir.

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«Cuando dejas de perseguir las cosas negativas, le das la oportunidad a las cosas positivas para que te alcancen»

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«Cuando dejas de perseguir las cosas negativas, le das la oportunidad a las cosas positivas para que te alcancen».

Lolly Daskal.

Abril, 2020

📍Los Ángeles, CA, Estados Unidos.

Cuando llego a casa son las cuatro de la tarde, después de hablar con Oliver en el cementerio, me invitó a almorzar. Acepté, porque me parecía de lo más agradable. Durante la comida me mostró una foto de sus gemelos, ambos eran rubios y tenían los ojos de un color azul verdoso. Los ojos de su madre, según dijo Oliver. Me contó lo difícil que es criar dos hijos solo, pero también me dijo que ellos eran la razón por la cual seguía adelante.

Eso me hizo pensar en papá y en como desempeñó su papel al estar solo después de que mamá murió. Tuvo sus fallos, como todos, pero hasta ahora me ha demostrado que haría cualquier cosa por mí y eso es abrir su corazón y admitir que se equivocó. Eso lo hace un mejor padre.

Después de eso, intercambiamos números porque le hablé de mi trabajo como pintora y dijo que quería un cuadro de sus gemelos. Prometimos permanecer en contacto y luego nos despedimos. Él tenía que hacer un turno en la clínica donde trabaja y yo tenía que volver a casa. Sin embrago, me quedé un poco más viendo la lluvia caer por la ventana del restaurante mientras bebía un té.

Cuando la lluvia se detuvo decidí volver a casa, pero esta estaba silenciosa. Papá se había ido a Nepal hace dos días y vendría el miércoles, así que solo estábamos el personal, Molly y yo.

Suspiré y caminé hacia la cocina, saqué una botellita de jugo de naranja y encontré un paquete de cereal medio abierto, así que lo tomé. Tenía que ahogar mis penas en algo. Me dolía la mano, y la tenía un poco roja, así que supuse que debía ponerla en hielo y echarle una pomada más tarde. Metiendo un puñado de cereal en mi boca, caminé hacia la sala de televisión. Sin embrago, antes de entrar, escuché un sollozo proveniente de la biblioteca. Tragué con fuerza y caminé despacio hacia ahí. Cuánto más me acercaba, más se oía el lamento.

¿Quién será? ¿Debería entrar?

—¡Ah, a la mierda! —susurré y empujé la puerta.

Era Molly, acurrucada en el sillón. Abrazaba sus rodillas, tenía la cabeza apoyada en un cojín y el maquillaje corrido en las mejillas. Tenía puesto un vestido corto azul eléctrico, el cabello suelto y descalza. Pero la mirada en sus ojos, la agonía que parecía corroerla, me rompió el corazón.

—¡Molly! —me precipité hacia ella, dejando todo en la mesa y yendo directamente en su dirección. Me senté a su lado y dejó que la abrazara—. Oh, Molly. ¿Qué pasa? ¿Qué tienes? ¿Qué ocurre? —le paso las manos por el pelo y dejo que llore—. Ya, ya. Estoy aquí, tranquila.

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