Capítulo 9: La Vuelta al Gallinero.

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Decir que el comienzo de este fin de semana largo fue raro es poco. De Juan Pablo supe poco y nada; ya que salió de viaje y no estará en casa hasta mañana por la mañana. Me la pasé solo en mi cuarto dibujando hasta la hora de la cena... Hoy fue casi lo mismo; pero en el almuerzo me encontré con Mateo, quien se vio muy gustoso de tenerme aquí.

>>Gracias al cielo, necesitas aliados contra el huracán padre e hija<<

Si, ya lo sé.

—¿Ya te vas, Gabo?
—Si, así es Antonella... Ya tengo todo— respondí con calma a la voz que interrumpió mis ideas.
—El auto que me pediste está listo en la entrada, esperándote... ¿Sabes a qué hora puedo esperarte?
—Yo...
—No querido, no te estoy controlando— explicó, anticipándose. —Sólo quiero saber para ver si puedo esperarte en la hora del desayuno y que comas algo para ir a la cama, o si simplemente vas a venir antes o después... También para avisarles a los chicos de la entrada por... Cualquier eventualidad
—Si es así puedo venir a la hora que usted me diga
—No, no... No te voy a cortar la noche según mis horarios y mis recuerdos de la adolescencia ¿Y qué dijimos de que me trates de usted?
—Que no lo haga, porque es demasiado formal y en estos meses vamos a lograr sentirnos familia, pero eso no va a pasar si no dejo de tratarla de "usted"
—Gabo
—Perdón, soy un tipo de costumbres— admití derrotado.
—Está bien, lo trabajaremos con el tiempo... ¿Entones a qué hora te espero?
—Aproximadamente entre las 6:30 y las 7:00 de la mañana, 7:30 a más tardar...
—¿Algún motivo especial para elegir ese horario?— preguntó con genuina curiosidad.
—Me gusta moverme con los primeros rayos de luz y es un momento muy bueno para que no te descubran
—¿Decís eso por tu facilidad para escapar?
—Como dije, tipo de costumbres— mencioné, robándole una risita.
—Cuídate, Gabo...
—Ust... Vos también, Anto— me despedí y sin más salí del lugar, no sin devolverle la sonrisa.

Mientras salía, corroboraba que todo esté en su lugar para poder partir, y no fue hasta unos 10 minutos después que mi mandíbula se salió de su lugar. Frente a mí se encontraba un flamante Dodge Challenger del 70' en color escarlata, un clásico precioso y muy bien cuidado... Un auto soñado. Estaba con la puerta del piloto abierta, como si siempre me hubiese estado esperando mientras me invitaba a subir. No lo dudé mucho más y me trepé al vehículo para hacerlo arrancar y escuchar un bello ronroneo de parte del motor.

>>Lo que quieras, pero este auto está modificado<<

No me cabe duda, pero no me importa. Sin mucha ceremonia comencé a manejar hacia mi destino, con un cigarro en la mano izquierda y música en el estéreo. En poco tiempo yo ya estaba bajando la velocidad a paso de hombre y adentrándome por las calles del lugar. Ver que todo sigue igual me da... ¿Nostalgia? No lo sé.

Pero los cuadriláteros para peleas siguen en los mismos lugares, así como las diferentes salidas para carreras de autos y motos; todos con sus correspondientes casillas de apuestas, claro está. Estacioné al lado de la barra, una barra típica de bar bajo el techo del frente de uno de los pocos edificios por la zona que es conocido por ser el único "habitable". Frente a esta hay una pista de baile improvisada donde muchos sudan sus penas y consiguen sexo fácil. Al bajarme del auto inhalé una bocanada de aire y como siempre los olores a marihuana, tabaco, alcohol, sangre, sudor, nafta y neumáticos quemados me abrumaron por un minuto, hasta que logré recobrar la compostura y seguí mi camino hacia el mostrador. En él se encontraba un rubio natural al que conozco desde hace años: Alejandro Mendes. Unos dos años más grande que yo, de ojos marrones, músculos definidos y una personalidad única; este chico me conoció en una plaza cerca del orfanato. Ambos estábamos solos, se acercó a mí y desde entonces no hemos dejado de ser amigos.

El Enigma Del AngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora