Capítulo 8: Mañana Ajetreada.

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—Joven... Disculpe... La Señora lo está esperando en el comedor para desayunar— dijeron a mi lado mientras sentía como suavemente tocaban mi hombro.

Asustado abrí los ojos de golpe, encontrándome con una oscuridad inmensa que sólo era interrumpida por la poca luz de día que entraba por la puerta abierta de la habitación. Frente a mi pude ver a una ruborizada chica del servicio, que me veía con una expresión sería a la cual se le filtraban atisbos de vergüenza y temor.

—¿Puedo cambiarme? ¿O es demasiado urgente?
—Considerando que lo está esperando hace quince minutos, yo en su lugar bajaría en este preciso momento, joven— y una vez más, la muchacha frente a mi apartó su mirada.

>> ¿Tan feo sos recién levantado? <<

No... Mi cuerpo no es el de un dios griego, pero tampoco está tan mal... ¿O sí?

>>¡¡Mierda es por eso!!<<

¿Qué?

>>Refresca tu memoria, estúpido italiano... ¿Cómo te das el gusto de dormir ahora porque las monjas no te dejaban? <<

¡¡Puta madre!!

—Bueno, muchas gracias por el aviso... Ya bajo— respondí, tapándome con mis sábanas, ya que en estos últimos días me acostumbré demasiado rápido a dormir en bóxer.

La chica se retiró tan pronto como se lo dije; por mi parte apenas se cerró la puerta, me levanté de un salto de la cama hacia el baño privado de la habitación. Lavé y sequé mi cara, me coloqué un pantalón deportivo y una remera básica para salir del cuarto a las corridas, pero de forma decente. En las escaleras me tranquilicé un poco y avancé a paso muy lento hasta mi destino para parecer tranquilo y también por el hecho de que realmente mi cuerpo no funciona del todo. Al llegar a la puerta del comedor una imagen nueva me recibió, ya que debe ser normal, pero es la primera vez que yo la veo.

Antonella estaba leyendo algo de su interés en una Tablet con un café en la mano, como si nada estaría pasando; noté que estaba descalza y sin maquillar, posiblemente hoy trabaje desde casa ya que es una práctica habitual en la mujer bajita de ojos cafés. Pero no era nada de lo que hacía o cómo lucía lo que me llamó la atención, si no que a su lado izquierdo se encontraba sentado un imponente hombre. Espalda ancha, tez clara, pero no tanto como la de su compañera, y cabello castaño claro ondulado en un prolijo corte clásico; su cuerpo estaba cubierto por un finísimo traje azul de tres piezas muy posiblemente hecho a la medida. Su vista estaba fija en el teléfono que tenía en la mano, pero creo que si levanta la mirada volveré a ver unos ojos bastante familiares...

—Oh, Gabo, qué bueno que pudiste despertar... Buenos días
—Si, buenos días Antonella— respondí al saludo y al escuchar mi voz ronca mañanera, el señor frente a mí me miró rápidamente y ahí pude confirmarlo.

>>Definitivamente Mía es igualita a su papá<<

—Bien, antes que nada, quería presentarte a mi marido, el amor de mi vida y el padre de mis hijos. Gabo, él es Juan Pablo Morandi
—Es un placer, señor— dije extendiendo mi mano en su dirección. Él la miro con desconfianza y unos segundos después la aceptó con un fuerte apretón sin soltar sonido alguno.
—Gabo toma asiento por favor, no te quedes ahí de pie ya traen el desayuno
—Muchas gracias
—Ese es el lugar de Mateo— resonó en una queja esa imponente y nueva voz gruesa mirándome con desdén al verme tomar el lugar a la derecha de Antonella.
—Que se siente ahí por un desayuno cuando tu hijo no está en casa no le afecta en nada a nadie— contestó rápida, sin quitar la vista de su marido. —Por favor no le hagas caso, se pone de mal humor cuando duerme mal por viajar

El Enigma Del AngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora