Capítulo 24: Invencibles.

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—¡Ay por un carajo!— su grito asustado me hizo reír.

No pude mirarla a ella, aún no estaba listo para eso, así que miré el lugar. Todo lo que podría haber dicho quedó atorado en mi garganta; pase y hablé sin pensar que podría quedarme sin palabras. De primera instancia, el olor a café y vainilla del ambiente era embriagador, se sintió parecido a la primera vez que entré a su cuarto. No había ninguna luz prendida, pero la calidez de las velas y la chimenea iluminaban el lugar y daban esa aura romántica que tanto describían en los libros que a ella le encantan. Así que incrédulo volví mi vista a la persona en la habitación, y ella parecía un bendito ángel dejado en mi cuarto. Las medias le llegaban hasta los muslos y eran sostenidas por un portaligas de encaje, el corpiño que portaba favorecía sus pechos ¿El color? Verde, un verde oscuro que brillaba en su piel. No vi su espalda o sus nalgas, estaban tapadas con una campera negra que había usado ayer.

—¿Mía que es...?
—Se supone que deberían avisarme cuando estés en camino...— deslicé mi tapado y la miré, ella me escaneó sin pudor.
—Si... Eso no pasó...
—Evidentemente, y eso arruinó todo porque se supone que iba a ser todo distinto y... — suspiré y la miré a los ojos, no tenía una gota de maquillaje; mi acción la hizo callar de golpe.
—Mia... ¿Qué haces acá?
—Mateo me dijo que iba a hacer hasta lo imposible por traerte de nuevo a casa— dijo con culpa, como si admitiera un crimen. Mi saco también quedó junto al tapado. —Entonces decidí preparar todo esto, y esperarte en la cama, en lencería y decirte...

Avancé hasta ella en dos zancadas al notar que dejó sin completar la frase. No la quería lejos, nunca lo quise... Ahora menos que nunca.

—Decirme ¿Qué?
—Decirte qué yo fui una estúpida— apoyó sus manos en mi pecho, jugando con la corbata. Bajo la mirada, pero su voz se recargó de determinación. —Hoy te lastimé como no te merecías sin razón alguna y eso no puede pasar...
—Estabas asustada, tus papás...
—Siempre lo supieron— me cortó con velocidad. —Y yo lo hubiese notado de no haber estado asustada por lo que causas en mí— su hermosa heterocromía se clavó en mis ojos. —Nunca fuiste un simple polvo, ni siquiera antes de empezar... Yo esa noche en el baño te besé porque no sos el único que ama...

No lo soporte más, clave mis labios en los suyos con desesperación, con anhelo. No estaba loco, no estaba soñando... Mia me quería, de verdad me quiere. Ella me correspondió, pero con calma, con paz. Cómo si con este beso supiera que todo iba a estar bien. La separé de mi, debía decirle lo que venía planificando en el camino.

—Yo también debo pedirte perdón, princesa...
—No, Gabo...
—Si, debo— dije tan rápido como ella antes. —Yo actué como rebelde sin causa, sin pensar en tus sentimientos o como podía perjudicarte todo...

Acarició mi rostro con delicadeza antes de volver a hablar.

—Respetaste tus propios sentimientos, italiano... No tengo nada que reprochar o perdonar— dijo con una sonrisa pacífica. —Pero si lo que necesitas es darme tu disculpa como yo di la mía, entonces te perdono
—Yo... Te perdono, principessa...
—Ahora... Por favor...— la campera se deslizó por sus hombros mientras ronroneaba de esa forma que me enloquece, quedó casi desnuda ante mí. —Déjame sacarte este traje... Aunque te ves bien con él...

Me besó de nuevo con esa pasión que se encendía como fósforo cada vez que estábamos dispuestos a entregarnos el uno al otro. Mi corbata fue la primera en salir volando, la camisa y los zapatos no demoraron. Ella me obligó a sentarme y yo me dejé guiar por su cuenta. Se subió a horcajadas a mi regazo y comenzó a moverse, sabía que estaba duro desde que la vi en mi cuarto, se estaba aprovechando. Pero se detuvo, tan rápido como empezó. La miré frustrado, apoyándome con los brazos en la cama.

El Enigma Del AngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora