Capítulo 18: Celos.

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(Advertencia de contenido +18 en este episodio.)


Mi amigo se perdió en la habitación correspondiente y yo me quedé a esperar detrás de la puerta, para detener a Mía. Abrieron la puerta charlando muy animadamente, pero las palabras quedaron en el aire cuando vieron la escena frente a ellas. Bianca miró hacia su amiga y tras un asentimiento, empezó a caminar, poco después comenzó a sonar la guitarra de Mateo y sonreí. La chica de ojos bonitos miro perdida a su alrededor y en la oscuridad me encontró, ella me sonrió y mi corazón dio un vuelco. Con pasos discretos para no arruinar el ambiente, se acercó, se colgó de mi cuello y me saludo con un beso, uno de esos a los que me hice adicto. Al separarnos abrí la boca, pero me calló, tomo mi mano y me guío por los oscuros pasillos hacia la otra ala de la mansión, hasta una sala que no reconocí hasta que prendió una lámpara de escritorio.

Al reconocer el lugar silbe, está si era una biblioteca y no cagada. Sillones, espacios de estudio y lectura estaban bien acomodados por la zona, rodeados de estanterías con mínimo, cinco metros de altura. Vislumbré un pequeño contrapiso en la parte de arriba, así que Bian no exageró cuando hablo de la biblioteca de Antonio...

—Ahora sí, acá nadie nos escucha— admitió feliz, desplomándose en un sillón. —¿Cómo estás, muchachón?
—¿Que te dije de decirme así?
—Es lo mismo que vos con tu afán de decirme princesa de forma burlona, muchachón
—Como digas principessa
—Ya, contame ¿Cómo organizaron todo eso?
—Bueno, Mateo tenía todo en la mente, solo lo ayudé a ejecutarlo— admití, sentándome a su lado. —Aunque de camino hacia acá si nos pasó algo bien raro...
—¿Qué cosa?
—Unas chicas en un semáforo se nos insinuaron...
—¿Cómo funciona eso?

Suspiré divertido, y le conté todo con lujo de detalles, era la escena más cómica que había vivido en mucho tiempo. Pero Mía no reaccionó como esperaba, no dijo nada, solo fijó la vista en un punto fijo y cruzó los brazos en el pecho.

—¿Mía?
—Bueno, era lógico...— suspiró molesta, había aprendido a entender los tonos de su voz a pesar de que ella era maestra en aparentar cosas que no eran. —No todos los días ves a dos chicos lindos en un descapotable carísimo...

Intentó fingir una sonrisa y me levanté, acercándome a ella de a poco.

—¿Qué te pasa?
—¿A mí? Nada— fingió, alejándose aún más mientras se apoyaba en un escritorio.

Su espalda brillaba ante mis ojos y lo entendí.

—¿Estás celosa?
—¿Celosa? ¿Yo? — bufó con burla. —Por mí que todas las putas de Buenos Aires te muestren el culo en los semáforos, a mí no me importa.

No dije nada y me acerqué a ella; hace unas semanas podría haber entendido eso como una certeza, pero fue el tono que usó al decir "putas" lo que me dio la razón. Acorrale su cuerpo contra el escritorio, la totalidad de su torso se cubría con mi espalda. Corrí su cabello y me hundí en su cuello, inhalando con fuerza su perfume; había estadio fumando, también olía a tabaco.

—Oh... Mia principessa... No hay nadie en este mundo que me haga lo que vos haces...— poco a poco mi mano derecha se coló por su cintura y cuando no me detuvo, empecé a desabotonar su camisa. —¿Necesitas una demostración de cómo me pones?
—Bueno... Podría ser...— demandó en un suspiro.

Con su permiso dado, arranqué los botones que le faltaban y tuve al alcance sus pechos. Bese su cuello y baje los besos hasta su hombro, mis manos exploraban con fervor sus pechos, pellizcando sus pezones de la forma a la que ella le gusta. Empezó a gemir bajito y a frotar sus nalgas en mi creciente erección. De un solo golpe subí la mano gasta su cuello y apreté con ligereza; hoy no soy el que se rinde ante ella.

El Enigma Del AngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora