Capítulo 39: Herramientas del Poder.

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—¿Dice algo la familia? — pregunté mientras arrastraba las maletas.

—No sé amor, recién inicio el celular...— bufó con molestia. —Mateo me insulta, Bian nos desea suerte y mamá dice que no dudemos en usar nuestros contactos...

—Toto no parecía muy contenta con este viaje— admití, recordando el gesto molesto.

—Mamá va a sentir molestia con todo lo que respecte a los italianos en un tiempo, no es personal

Asentí perdido, supongo que Mía tiene razón... Honestamente, la reacción de Anto es lo más normal del mundo, supongo que otros harían lo mismo que ella. Pero yo necesito respuestas, no juegos de orgullo... Por el estúpido orgullo perdí quince años de la familia que sí me quería.

Arrastrando las maletas, continúe nuestro camino entre la gente hacia la salida, es increíble la cantidad de gente que llega a esta hora a Roma. Son las tres de la mañana y Con Mía seguimos una rutina clara después de dormir para prepararnos y llegar al país nuevamente está noche. La idea es llegar al hotel, dormir algo y salir de nuevo a buscar información sobre los D'Angelo.

—Esmeraldas...

—¿Si, princesa?

—Tenemos compañía...

Mire hacia donde Mia miraba y efectivamente, un hombre alto, fornido y en un traje negro se movía llamando la atención. Su rostro bronceado, rodeado por barba algo canosa, dejaba unas líneas de expresión visibles y un rostro cansado... No debe tener menos de 50. Y, como dijo mi princesa, se detuvo frente a nosotros, antes de hablar un español con un acento demasiado distintivo.

—¿Es usted el Señor D'Angelo?

—¿Quién pregunta?

Mi scusi, mi nombre es Lucian y voy a ser su chófer está noche
[Me disculpo]

—Nosotros no pedimos ningún chófer— respondió Mía por mí.

—Me ha enviado el Signor D'Grecco

—¿Dante sabe que estamos acá? ¿Cómo?

—A eso no tengo respuestas, señorita— respondió Lucian cortés. —Mis órdenes son llevarlos a dónde el Signor... ¿Nos vamos?

Con Mia compartimos una mirada, mi arma estaba en mi espalda gracias a los contactos de la familia en el aeropuerto, así sea para que ella la use. Forma de escapar teníamos, el asunto era si yo quería aceptarlo. Mia lo dijo en Madrid: ella va a ser mi apoyo, las decisiones en Italia son todas mías.

Confundido asentí, desconfiando del hombre frente a mí y sus intenciones. Él tomó nuestras maletas tras otro movimiento de cabeza y nos terminó de sacar del aeropuerto para subirnos a un todoterreno plateado. El viaje se alargó por unos 25 minutos, antes de estacionar frente a un lujoso edificio, a las afueras de la ciudad. Lucian nos llevó por el recibidor hasta una habitación apartada, de muros gruesos y puertas pesadas; el silencio era sepulcral. Cuando nos quedamos solos los tres, Mía sin permiso sacó mi arma y apuntó hacia el hombre.

—¿Media hora para traernos a este edificio? — bramo con rabia. —¿Para quién trabajas, rata?

—Señorita, yo trabajo para el Signor D'Grecco...

—Claro, y yo soy una embajadora de la paz— bufó. —Vamos a soltar la sopa, Lucian

El silencio era tenso, yo no me movía, analizaba la situación. El italiano parecía no tener interés en el show, y eso enojaba aún más a Mia.

El Enigma Del AngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora