Viernes, 15 de junio del 2018
Astrid despierta, pero no abre los ojos. Estar envuelta en los brazos de Emilia, con su piel desnuda entibiando cada rincón de la suya, es la mejor razón para desear que la rutina mañanera se alargue tanto como le sea posible.
La respiración de Emilia es profunda y lenta. Astrid puede sentir que, como casi todas las mañanas, su esposa tiene el rostro enterrado entre sus cabellos y se pregunta cómo es que no le hacen cosquillas en la nariz.
Sonríe sin abrir los ojos, deleitándose en las sensaciones que le provoca el vaivén del pecho de su amada, apretado contra su espalda.
Mientras tanto, su mente comienza a repasar otras preguntas sin respuesta. ¿Cómo es que Emilia nunca se cansa de sus chistes tan malos? ¿Cómo es que, sin importar cuantos años han pasado, su emperatriz de Mercurio sigue mirándola como si fuese lo más hermoso que ha visto jamás? ¿Cómo es que, cada mañana, al despertar, la mira con más amor que el día anterior? ¿Cómo es que sigue desnudándola con la mirada cuando hay un pedazo de tela cubriendo su cuerpo?
Entonces piensa que las respuestas están en sus propios sentimientos, puesto que, para ella, Emilia también sigue siendo lo más hermoso que ha visto jamás. Además, con cada día que pasan juntas, con cada nueva sonrisa que descubre, con cada nuevo lunar que aparece sobre su piel morena, con cada línea de expresión que comienza a surcar su bello rostro, su amor no hace otra cosa que volverse más grande, más fuerte, más real.
La felicidad de su emperatriz de Mercurio sigue siendo el objetivo primordial de sus días; y el amor de Emilia sigue siendo el combustible que le inyecta energías para enfrentar lo que sea que el mundo intente lanzarles.
Emilia es su centro, su piedra angular, y el equilibrio que nunca antes supo encontrar. Emilia es el lucero que repele la obscuridad. Emilia es la guerrera incansable que ahuyenta todos sus miedos; pero también es la persona por la cual, ella se ha convertido en una guerrera dispuesta a acudir de inmediato, al rescate de su amada, cuando esta la necesita.
A veces, le basta mirar a su mujer de los ojos color marrón desde el otro lado de una habitación, para colmar su corazón con una alegría inconmensurable; otras veces, mientras está en el trabajo, la asaltan los recuerdos de sus momentos favoritos, vividos juntas, y una enorme sonrisa se estaciona en su rostro por el resto del día.
Astrid se estira, imitando un poco el modo en el que lo hacen en Xeno, Mercurio y Leia. Entonces piensa en el amor que ambas sienten por ellos, en las risas que les provocan cuando menos se lo esperan, en el modo en el que llegaron, sigilosamente, a sus vidas, para llenar un huequito que ninguna de las dos sabía que tenía en su respectivo corazón. Y ahí, en el centro de su amor, se acurrucaron, declarándolo como territorio suyo para siempre, convirtiéndose en los emperadores indiscutibles del Mercurio que ellas dos han construido.
En muy contadas ocasiones, pero casi siempre en estas fechas cercanas a su cumpleaños, los viejos demonios de Astrid regresan temporalmente a saludarla, amenazando con invadir este territorio que, de otro modo, es felicidad plena y absoluta.
Cuando aparecen, es para susurrar en su oído que nada puede ser tan bueno como esto; y que si acaso lo es, entonces ella no lo merece. Esos monstruos de antaño se divierten advirtiéndole que un día despertará y descubrirá que nada de esto existe, que ha estado viviendo una realidad prestada.
Otras veces, le susurran que hoy será el día en que Emilia, por fin, se canse de ella; y cuando quieren ser más crueles que nunca, le aseguran que, tarde o temprano, ella misma hará algo increíblemente estúpido y perderá este reino que ha construido al lado de la mujer más increíble que ha conocido.
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Los años son más cortos en Mercurio
ChickLit(LGBT+) La vida de Astrid está llena de contrastes: le encanta su trabajo, pero no soporta la idea de sentirse estancada como consecuencia de las trabas que su jefe le pone constantemente; tiene un grupo de amigos a los que considera su verdadera fa...