54. ¿Estoy interrumpiendo tus planes?

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Sábado 6 de Junio 2009

—Sabes quién soy, ¿verdad? —pregunta Natalia retirándose los lentes de sol para barrer a Astrid de pies a cabeza. Su mirada es profunda y segura; y al estacionarse en sus ojos, le deja caer todo el peso de su seriedad.

—Por supuesto —responde Astrid.

—Entonces, me imagino que habrás escuchado a Emilia mencionar que parte de mi trabajo implica saber, puntualmente, en donde se encuentran los hábitats de cocodrilos de Quintana Roo.

Astrid asiente levemente sin dejar de mirar dentro de esos ojos que, aunque a simple vista aparentan serenidad, están conteniendo tornados más violentos y destructivos que los que ha conocido detrás de los de Toni, los de Selma o los de Emilia.

—Si vuelves a romperle el corazón —dice Natalia con un tono que casi parece dulce—, no va a quedar un pedazo lo suficientemente grande de ti para que nadie reconozca tu cuerpo y ni siquiera voy a tener que mancharme las manos en el proceso. Ni Javier ni Aura van a poder identificarte con los restos que encuentren las autoridades. ¿Capisce?

Astrid se ríe; Natalia ladea la cabeza y levanta una ceja, apenas unos milímetros. Su expresión resulta tan sorpresivamente amenazadora, que Astrid podría jurar que está canalizando el espíritu de algún miembro de la mafia italiana.

A pesar de que puede apreciar la seriedad de la amenaza, la realidad es que no puede dejar de pensar en la mirada de Emilia, ni en la promesa de felicidad eterna que existió en la breve interacción que sostuvieron hace una hora; si esta conversación hubiese tomado lugar en cualquier otro momento de su vida, quizás, hubiera surtido una fracción del efecto que Natalia está intentando transmitir, pero este momento, no existe nada que pueda bajarla de esa nube de alegría en la que se ha montado.

—Estoy completamente loca por ella —responde Astrid, sin pretensiones de ocultar la enorme sonrisa que adorna su rostro—. Y voy a hacerla tan feliz, que nunca vas a tener que volver a preocuparte de que su corazón sienta dolor. Si Emilia me acepta de vuelta, voy a dedicar mi vida entera a colmarla de alegrías y de amor.

Natalia frunce el ceño, luchando por mantener su actitud amenazadora, pero sus ojos comienzan a delatar algo distinto.

—No te pido que confíes en mí ahora mismo —continúa Astrid, con ese tono que comienza a rayar en el júbilo—, porque estoy consciente de mis errores del pasado, pero verás que el tiempo será mi mejor aliado.

—¡Dios! No sé cuál de las dos está más loca de amor —la joven niega con la cabeza, suspira exageradamente, se rinde, abriendo los brazos en el aire y comienza a sonreír—. ¿Y sabes qué? No son tus palabras; es... todo esto —Natalia gesticula con ambas manos para señalar el cuerpo entero de Astrid—: pareciera que vas a comenzar a desbordar miel por cada poro del tu cuerpo.

—Mi único deseo es hacerla feliz... o morir en el intento —remata Astrid.

—Espero que estés consciente de que ustedes dos son precisamente el tipo de persona intensa que nos da mala fama a las lesbianas —Natalia se encoge de hombros y mete las manos en los bolsillos de su ropa deportiva, mientras se hace a un lado para dejarla pasar hacia su auto—. Seguro mañana se casan y dentro de una semana adoptan a su primer hijo.

Astrid hace una mueca traviesa, dándole a entender que es una hipótesis perfectamente aceptable.

—¡Ya pues, ve a declararle tu amor! —dice la joven, y ahora sus ojos muestran una alegría que solamente puede derivar del amor fuerte y honesto que siente hacia Emilia.

Los años son más cortos en MercurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora