Capítulo XLIV

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Camille

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Camille

—¡He dicho que detengan el maldito auto! —siseo en medio de una rabieta tras ser ignorada por los hombres de seguridad, que se niegan a ceder ante mi petición.

Escucho a uno de ellos maldecir en voz baja antes de que el auto empiece a desacelerar. En cuanto se detiene por completo, aprovecho la oportunidad para abrir la puerta y salir sin ningún rumbo fijo, necesitando tomar un respiro porque siento que me estoy ahogando con todo lo sucedido. Ya no puedo más.

—¡Señorita, regrese! —gritan a mis espaldas.

No me detengo.

—¡Señorita!

Me vuelvo para enfrentarlos. No he recorrido un largo tramo, por lo que me encuentro con ambos siguiéndome los pasos.

—Necesito tomar aire —inhalo agitada, notando mi corazón a punto de estallar—, necesito estar a solas...sólo por un par de minutos, por favor.

Ambos se miran entre sí, vacilantes. El rubio termina por negar y vuelve a enfocar sus ojos en mí, contemplándome con una mirada inescrutable, que no me permite indagar en su respuesta.

—No podemos dejarla sola, señorita. Entienda que sólo estamos siguiendo órdenes —se limita a decir, con un tono que dista mucho de ser amable—, ambos queremos conservar nuestro empleo y si el señor Rosselló se entera que tan siquiera la descuidamos por unos segundos, se va a encargar de tomar represalias en contra de nosotros.

Comprendo perfectamente su postura. Pero eso no detiene las pocas lágrimas que se abultan en mis ojos mientras la realización de que no hay nada que pueda hacer para hacerle cambiar de opinión me asalta. Aprieto los labios y finalmente asiento en señal de comprensión, conociendo los alcances a los que puede llegar mi futuro esposo cuando mi seguridad está en juego.

Sé que lo único que busca es mi bienestar, quiere protegerme de cualquier daño, pero a veces me resulta demasiado.

—Regrese al auto, señorita, es peligroso estar en medio de la nada —pide de nuevo, más sutil, pero sin mostrar algún atisbo de amabilidad.

Suelto un suspiro antes de forzar mis pies a caminar de vuelta a la camioneta, sin dirigirles la mirada a ninguna de ellos. Ambos abordan el auto en cuestión de segundos y, absteniéndose de hablar, emprenden camino hacia la mansión donde me está esperando Clara.

Mientras tanto, enfoco la mirada en la ventanilla, observando el paisaje grisáceo del exterior, aunque mis pensamientos sólo radican en ese video que proyectaron frente a cientos de personas sin mi consentimiento.

Cierro los ojos cuando una sensación de vergüenza se aglomera en mi pecho, dejando que las lágrimas vuelvan a caer, porque no encuentro otra manera de hacer que todo este dolor desaparezca y no acabe conmigo.

¿Cuándo se va a detener esto?

¿Por qué nos quieren hacer tanto daño?

Jamás podré entenderlo...

No Me Sueltes (+18) [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora