AlexanderMe quedo mirando fijamente a la mujer que me dio la vida.
Esa misma mujer que me abandonó sin pensarlo dos veces, y que ahora ha regresado después de tantos años como si nada hubiera pasado.
La habitación del hotel está a oscuras, salvo por la luz proveniente de la lámpara del fondo. Lucía está sentada en una cama estrecha, su cuerpo hundido entre las sábanas arrugadas. Luce demacrada. Su piel está pálida, con ojeras profundas y tiene el cabello apagado, ya sin el brillo de antaño.
Tiene ambas manos vendadas, y puedo ver rastros de sangre bajo la tela blanca.
Sus ojos cristalizados me escrutan con desesperación, llenos de un interminable arrepentimiento que no puedo creerme, porque no es real.
Un remolino de emociones me atraviesa, una mezcla de rabia y dolor que amenaza con derrumbar todo desde adentro, pero me aferro a mi determinación, sintiendo la necesidad de huir lejos, lejos de este maldito ardor que se clava en mi pecho como una espina imposible de arrancar.
Ya no quiero que me importe. Pienso ponerle fin a esto.
—¿Por qué lo hiciste, Lucía? —rompo el silencio, y mi voz suena distante, casi como si no fuera mía—. ¿Por qué atentaste contra tu vida?
Ella solloza, bajando la mirada hacia sus manos vendadas, sus hombros se sacuden con cada respiración.
—Ya no me interesa vivir sin ti, hijo. No me queda nada más.
Una risa vacía brota desde mi garganta, retumbando con amargura. La miro con incredulidad, incapaz de sentir la más mínima compasión por ella.
—Hubiera sido bueno que te sintieras así hace quince años.
Puedo ver cómo mi frialdad la atraviesa. Su rostro se contrae de dolor, y sus labios tiemblan con el aviso de un llanto que no quiero escuchar. Un llanto que, después de tanto tiempo, me resulta insoportable. Mi mandíbula se tensa e intento no desmoronarme, pero mis emociones están al borde.
—Ya te dije que me arrepiento de todo lo que hice, hijo... —susurra, con los ojos derramando lágrimas que me esfuerzo en ignorar.
—Sí, y yo ya te dije que no me importan ninguna de tus disculpas —respondo, y mi voz flaquea apenas un segundo antes de que la ira la endurezca—. No quiero nada que tenga que ver contigo, pero sigues haciendo cosas que me afectan. Ahora has cometido esta maldita tontería, y mi padre me ha pedido que venga a verte en contra de mi voluntad. ¿Crees que quiero estar aquí? ¡Podría estar pasando tiempo con mi esposa! ¡Con la única persona que realmente me importa!
Las lágrimas siguen cayendo por sus mejillas. Puedo sentir una parte dentro de mí estremeciéndose, esa parte que alguna vez necesitó su cariño, su presencia, pero rápidamente la ahogo antes de que pueda volver a resurgir.
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No Me Sueltes (+18) [En proceso]
RomanceDemonios que someten: Segundo libro Han pasado tres años desde que Camille decidió irse de Seattle, dejando atrás todo lo que la atormentaba y la hacía sufrir con el único propósito de repararse a sí misma y alejarse de la persona que más daño le h...