Capítulo XLVI

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Camille

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Camille

Despierto con un dolor incinerante en las sienes y una sensación de náusea que me oprime el estómago. El sabor metálico de la bilis me queda en la boca, y cada latido errático de mi corazón resuena como un tambor doloroso dentro de mi cráneo.

Me cuesta abrir los ojos; la luz parpadeante de una bombilla en el techo me lastima la vista y me pesan demasiado los párpados.

Un olor a humedad y moho impregna el aire a mi alrededor, haciendo que la piel se me erice con un escalofrío súbito. Mis brazos intentan moverse por instinto, pero un fuerte tirón en las muñecas me hace darme cuenta de que estoy atada. Una cadena áspera se clava en mi piel, limitando cualquier movimiento.

Siento el pánico arrastrarse por mi pecho, expandiéndose por mis extremidades tras divisar el lugar donde me encuentro cautiva; un cuarto pequeño con dos ventanas resguardadas con barrotes y una puerta de madera al fondo. Las manos me tiemblan y respiro con dificultad, intentando calmar el pánico que amenaza con asfixiarme.

Entonces, lo veo.

A mi padre, sentado frente a mí en una silla gastada, con una expresión apagada en el rostro, como si estuviera mirando algo sin importancia, algo distante. Se me cierra la garganta al verle así, tan extraño, tan ajeno.

El hombre que una vez fue mi protector, el que desde niña me prometió que siempre estaría a mi lado, ahora parece alguien a quien nunca llegué a conocer. Entiendo que nuestra relación se fracturó hace años, con la muerte de mi madre, pero nunca pensé que llegaría a este extremo.

—Papá... —mi voz es apenas un susurro tembloroso, rota, como si tuviera que sacar las palabras con fuerza—. ¿Qué estás haciendo? Por favor, déjame ir. No tienes que hacer esto.

Su mirada se mantiene fija en mí, sus ojos vacíos, sin el menor rastro de la calidez que alguna vez solían tener. Ahora parece sólo una sombra de ese hombre.

—No tienes idea de lo que tengo que hacer, Camille —su voz es fría, una dureza que nunca antes he escuchado—. Esto no es algo que pueda dejar pasar. Alexander tiene que pagar por todo lo que me hizo.

El nombre de Alexander me atraviesa como un puñal en el pecho, y mi corazón da un vuelco con brusquedad. Todo esto es por él. Tengo que hacerle entrar en razón, necesito encontrar al padre que aún espero ver en algún rincón de ese hombre.

Respiro hondo, tragando el nudo de desesperación en mi garganta, intentando mantener la calma.

—Papá, lo único que él hizo fue defenderse —digo con suavidad, luchando por encontrar sus ojos—. Esto... todo esto... no traerá más que dolor. Por favor, aún puedes detenerte. Todavía estás a tiempo.

—Te equivocas, princesa. Ya no hay marcha atrás...

—Si la hay, sólo déjame ir, y te prometo que nadie se enterará de este incidente.

No Me Sueltes (+18) [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora