Capítulo XLVIII

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Alexander

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Alexander

Expulso el aire con brusquedad mientras me froto la cara con la palma de la mano, esforzándome por ser paciente y no perder la cabeza, aun cuando lo único que quiero es estar a su lado.

Las horas en la sala de espera son jodidamente interminables. Cada segundo que pasa siento como si el aire se volviera más opresivo, casi irrespirable. La ansiedad me consume, ahogándome. No puedo dejar de pensar en mi mujer, en la expresión de miedo absoluto en sus ojos cuando la subieron a la camilla, en ese bebé que lleva dentro que tanto ansiamos.

Y principalmente en nosotros, en cómo podremos sobrevivir después de todo esto. Seguir adelante.

Porque tengo la certeza de que, después de hoy, una parte de ella nunca más volverá a ser la misma. Si por una osadía del destino llegamos a perder a nuestro bebé... dudo que podamos mantenernos a flote.

No cuando incluso ya siento que Camille se está distanciando emocionalmente de mí por lo que acaba de suceder con el bastardo de su padre. Y no sé cómo detenerlo.

No sé cómo diablos hacer para que mi esposa esté siempre conmigo... y no me refiero sólo físicamente.

La puerta de la sala de espera se abre de repente y el doctor entra, dirigiéndose hacia mí con pasos firmes. Mi corazón comienza a acelerarse entonces, una mezcla de terror y esperanza latiendo con una fuerza que duele. Sin embargo, me preparo para lo peor, porque algo me dice que no hay otra opción.

—Señor Rosselló —dice en cuanto lo tengo enfrente, y el tono serio que emplea hace que el mundo a mi alrededor se desvanezca.

Me obligo a levantarme de la silla donde he estado esperando por horas, mis piernas apenas sosteniéndome. El pánico ya ha hecho de las suyas conmigo y no puedo objetar con claridad.

—¿Mi esposa? ¿Está bien? ¿Y el bebé? —lo abordo con preguntas, pero apenas reconozco mi propia voz, quebrada y a punto de colapsar.

El doctor me observa fijamente, esa mirada que pocas veces he visto: una compasión genuina. Esa empatía profesional que no llega a cruzar la línea del deber. Sé lo que viene, lo veo en sus ojos.

Pero no creo estar preparado para escucharlo.

—Su esposa está estable, por ahora.

Mis rodillas casi ceden. Por un momento, el aire regresa a mis pulmones. Camille está viva. Está bien. Eso es lo único que debe importarme ahora, pero la opresión que se aloja en mi pecho me dice lo contrario.

—¿Y el bebé? —inquiero enseguida, con un miedo punzante dentro de mi. Hasta que no sepa la respuesta completa, no podré respirar.

La vacilación de su parte me pone en alerta. Sin embargo, esa sutil pausa en sus palabras no perdura por mucho y, recuperando su compostura profesional, agrega:

No Me Sueltes (+18) [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora