𝐕𝐞𝐢𝐧𝐭𝐢𝐝𝐨𝐬

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DICIEMBRE DE 1983, TIERRAS ALTAS DE ESCOCÍA, HOGWARTS.

Si alguna parte de Adeline vaciló, si algún pequeño fragmento de su ser quería envolverlo como a un amigo, no fue durante más que un simple instante al ver a un pálido Tom Riddle de pie en la entrada del laboratorio.

Estaba sombrío y demacrado, como si estuviese enfermo y moribundo. Pero su rostro se mantenía firme y elegante. Aún tiene el cabello húmedo y viste un traje notablemente sofisticado.

—Buenos días, Riddle.

La lluvia furiosa de una buena mañana golpea contra todo el castillo. El tamborileo se escucha desde cada rincón de aquel castillo que apenas comienza a despertar.

—No podré regalarte mi ayuda hoy—dice—He recibido una llamada del hospital mental de mi madre. Esta muerta.

La información la tomó desprevenida. Había olvidado lo de su madre desde que él se lo mencionó en la ronda nocturna de prefectos. En su cabeza no encajaba bien la información, ¿Para que lo mencionaría de nuevo? Era algo demasiado privado como soltarlo así como así. Riddle jamás hubiera hecho algo como aquello.

Pero desde que salió de la enfermería sus recuerdos eran una mancha borrosa entre besos de Anthony y visitas amistosas de Hermione y Ginny.

Quizás se lo había dicho antes de desmayarse en el establo.

—Yo...—comenzó, dejando de lado el implemento que se utilizaba para revolver un caldero demasiado ardiente y quitándose los guantes—Lo...siento. Lo siento mucho.

—Debo irme—dice sin más.

—¿Solo? ¿Nadie va a acompañarte?

La respuesta es mecánica—Por supuesto.

Adeline siente ese impulso que tiene con cada amigo de no dejarle solo, de ofrecerse a acompañarlo. Pero es Riddle. Él no es su amigo. Y si se lo mencionase, habría una infinidad de burlas e insultos que caerían sobre su espalda.

¿Quién te crees para acompañarme?

¿Acaso crees que tú compañía es oportuna?

¿Estás enferma pero ahora mentalmente?

¿Tú nivel de estupidez a sobrepasado los límites?

Riddle la observa fijamente durante un momento. Sin fuerza de posicionar su máscara de indiferencia sobre su rostro.

Luego de recibir esa llamada a las cinco de la mañana, no pudo volver a dormir. Escribió al menos cinco páginas en su diario luego de haberse bebido una botella completa de Oporto y haberse terminado su reserva de cigarrillos. Quizás no era la muerte de su madre lo que lo descolocó de esa manera, probablemente fue el descubrimiento que acababa de asumir.

Esa capacidad que había creído nula en su ser.

—¿Riddle...?—su voz es como un cariño. Aterrador. Asqueroso.

¿Y como debería actuar ahora? ¿Seguir como siempre? ¿Ahora ya no disfrutaría verla sangrar en DCLAO? ¿Debía dejarlo con Daphne? ¿Debería ocultarlo? ¿Creer que es posible? ¿Debería ser su secreto?

¿Y qué si lo veía? ¿Y qué si lo pillaba? ¿Y qué, y qué, y qué?

Y entonces ocurrió. Una mano sobre su hombro. Era la de Adeline. Y otra en su mano. Un escalofrío le recorrió la columna.

—Ten—le dijo, extendiendo un vial con un líquido azulado en su interior—Es para dormir sin sueños. Ocho horas de descanso aseguradas. Supongo que la necesitarás.

Paris, Texas - Tom Riddle Donde viven las historias. Descúbrelo ahora