𝐓𝐫𝐞𝐜𝐞

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OCTUBRE DE 1983, TIERRAS ALTAS DE ESCOCÍA, HOGWARTS.

Adeline había estado desnuda y mojada sobre su cama, enredada entre sus sábanas blancas con un cigarrillo consumiéndose entre sus dedos y humo saliéndole perezosamente por los labios.

Se había dirigido a su habitación en un estado profundo de devastación. Arrastró los dedos por las murallas para tener algo en donde estabilizarse hasta que llegó a las duchas de prefectos y se dejó estar.

Sentía un fuego ardiente en las venas. Como si acabase de comer tierra del mismo infierno. Algo picante en su lengua y un dolor amargo en el pecho.

Se lanzó sobre su cama, sin ponerse si quiera un par de bragas, con el aroma de su jabón aún fresco sobre la piel mojada, encendió un cigarrillo y se acurrucó en las almohadas.

No era una fanática del tabaco, mucho menos de la idea de tener humo en los pulmones, pero quería dejar de sentir. Aturdirse con algo mientras una pila de libros, notas, pergaminos y frascos con memorias la observaban desde una esquina de la habitación.

Todas firmadas con su nombre.

"Tom M. Riddle"

Su maldito nombre.

Aún tenía los besos calientes de él sobre la piel.

Él.

Él.

Él.

Había comprobado en sus recuerdos que fue real, había sido muy real, suspiró, le dió una calada al cigarrillo y dió vuelta entre las sábanas que la abrazaron como él no lo hizo.

No era como si ella esperó que lo hiciera.

Pero...

Al menos un poco de decencia.

Adeline cerraba los ojos y ahí estaba él, ofreciéndole la mano para levantarse, limpiándola con un trapo húmedo, dándole su camisa en lugar de tres monedas.

Todos fueron sueños.

Adeline fue la mujer que más sueños tuvo en una noche.

Era como un poema desgarrador.

Una mala historia.

"Gracias por tus servicios"

¿Debería decirle a Anthony?

"Me acosté con Riddle"le diría y sentiría el temblor bajo sus pies"no me gustó. Sentí que debía decírtelo porque me gustas y soy estúpida al acostarme con alguien más mientras mi cariño te pertenece"

Y luego se prepararía para el golpe. Para el insulto. La risa de que no le importa su vida. Algo, algo, algo, algo, algo.

El fuego le había besado los dedos y Adeline supo que era hora de dejar el cigarro en su mesita de noche y encender otro.

Se dio vuelta de nuevo, se sentó contra el respaldar de la cama y jugó con su collar entre los dedos. Un círculo floreado que le decoraba el cuello acompañado de una cadena fina de plata y oro blanco, servía para guardar fotos, Addie tenía una con sus padres en Italia y reservaba el espacio sobrante para alguna fotografía especial.

Su graduación. Su boda. Una foto de sus futuros hijos.

—Ultimo noctis, ambo aequales fatui sumus—había dicho, la voz flotó como el humo antes de que se le cayera una lágrima contenida.

Pero ahora habían pasado más de cinco días y Adeline estaba bien.

Al menos se esforzó por estarlo.

Paris, Texas - Tom Riddle Donde viven las historias. Descúbrelo ahora