𝐕𝐞𝐢𝐧𝐭𝐢𝐨𝐜𝐡𝐨.

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Había estado durante la mayor parte del día en un lugar secreto. Un trozo del lago que lo cubrían varios setos y sauces llorones. Decían que allí era donde Monet iba a pintar. Se había envuelto en su abrigo con amuletos reguladores de temperatura, un encantamiento impermeable sobre su cabeza y había revisado sus anotaciones anteriores de su diario.

Era la definición de arte la forma en el cambio de sus escritos. Su letra y su forma de expresarse habían evolucionado a algo desastroso. El comienzo eran sus planes de conquista, la sociedad de los Caballeros de Walpurgis, poemas en latín, notas con su propia sangre, planes a futuro, mapas mentales, notas al pie de pagina sobre su día, que eventualmente dejaron de ser un simple pie de pagina y fluyeron a tres hojas completas, y luego no fue solo su vida, fue Adeline, fue su estupidez, su existencia, su proximidad, el sexo, las líneas de las letras comenzaban a ser nerviosas, la punta de la pluma dejaba manchas de tinta, como si alguien mal de la cabeza escribiera lo mucho que odia a la mujer que lo tiene envuelto en pasión y lealtad.

No se dio cuenta de que debía volver a la finca hasta que se le acabaron los cigarrillos y quería beberse una taza de café.

—¡Tom! Por fin te encuentro.

Le dedica una sonrisa delgada y juguetona a Horace—¿Llegué a tiempo para la cena?

Los invitados se pusieron de pie al verlo, lo abrazaron y extendieron las manos, el fingió una cordialidad y una cercanía perfecta mientras hacía que sus ojos cambiasen a un tono más claro y delicado. Le sirvió copas de vino a cada quien se lo pidió y fumó con una elegancia preciosa mientras un pintor alagaba sus rasgos.

La oscuridad del día y del clima hacía que todos pensasen que era mucho más tarde, pero lo cierto es que estaba apenas terminando el atardecer cuando los invitaron a pasar a la mesa.

Frunció el ceño cuando vio el asiento vacío.

La lluvia se retoma al otro lado de las ventanas.

—...entonces, Tom, ¿Estas solo en esta vida?—le pregunta un pintor, sacándolo de su interés secreto.

—Si..yo...—se acerca a Horace—¿Y Bennet?

El profesor se encogió de hombros—No tengo idea, según Mafalda se ha ido hace un par de horas atrás.

Él quiere seguir preguntando, pero una actriz ya lo ha interceptado con mil preguntas y él necesita mantenerse en su línea. Si bien la mayoría de personas allí eran brujos sangre sucia y mestiza retirados, e incluso un par de Squibs, por muy inferiores que fuesen, habían vivido más que él y se habían relacionado en mayor cantidad con el ministerio y podían tener información que le sirviese.

—Esa enredadera que cubre los muros de esta casa, fue regalada por mí a Horace hace un par de años—habla en voz alta un hombre de barba larga y lentes redondos—Medía menos de lo que mide un pixie y ahora miren aquella cosa.

Hubieron risas y Tom no entendió el motivo. Probablemente se había perdido el chiste mientras observaba el enorme lugar vacío que Adeline provocaba con su ausencia.

¿Así se sentiría la vida una vez él la matase?

¿Tan...

¿En realidad?

Una mujer lo agarra del brazo y lo saca a bailar cuando las melodías cambian a algo más movido y todos las personas comienzan a dispersarse en la habitación.

Tiene que sonreír, por lo que lo hace, aprende rápidamente aquel baile y luego cada mujer quiere estar entre sus brazos.
Prueba uno de los puros de Horace, se ahoga y ríe a la par de cada invitado, hace bromas elegantes y es la estrella de la noche.

Paris, Texas - Tom Riddle Donde viven las historias. Descúbrelo ahora