𝐂𝐮𝐚𝐫𝐞𝐧𝐭𝐚 𝐲 𝐮𝐧𝐨

457 51 7
                                    

ENERO DE 1987, EN ALGÚN LUGAR DEL REINO UNIDO.

UNAS HORAS ANTES.

Un rubio había llegado corriendo. Aún tenía los pétalos de los rosales sobre la cabeza cuando llegó al baño y lo vio en la bañera—¿Qué mierda?

—Es su intento—dije—lleva muerto unos minutos.

—¡¿Qué mierda?! ¡No! ¡Tráelo de vuelta!

—Lo enfurecerá.

—¡Debe saberlo!

Dejó sus gafas sobre el lavamanos y tomó  uno de los EpiPen—¿Qué cosa?

—¡Nos pone en riesgo! ¡A todo!

—¿Es Dumbledore?—cuestioné, apoyándome sobre mis rodillas y encorvando la espalda, me dije en su piel enrojecida por los hielos—¿Nos atacará?

—Está enferma.

—Gripe estacional, supongo.

—No. Es peor. Y se ve terrible.

Me pongo de pie de un salto—¿Terrible?

—¡S-Si! ¿Como es que se llama...? ¡Joder!—se pasa las manos por el pelo—Es malo. Es terriblemente malo. Y él otro está pensando demasiado.

—Pero, ¿los demás no se han encargado?

—Si, creo que si. No lo sé. Nos separamos en el metro.

—Dame eso—gruño, tomando el EpiPen entre mis manos, dejando el anillo de bodas sobre el jabón de rosas—esto es una mierda. Y a este imbécil se le ocurre el divorcio...¡le dije!

—¡Todos le dijimos!

El dispositivo se clava en su piel fría una y otra vez, gastamos una cantidad considerable de EpiPens para que hubiese una reacción.

—No tenemos tiempo. Si este imbécil no despierta...no tenemos tiempo de ir al bosque.

—¡Obviamente que no! No hemos ayunado, no hemos hecho ningún paso. ¡Seria inútil!—me hartaba la falta de capacidad mental de algunos.

Y entonces, la oscuridad nos envuelve y los ojos de él se abren—Re...verti...

Se quita una rosa del pelo y corre al estudio de él en busca del pequeño revólver de caza.

—No hagas esto. Es inútil.—dije.

—Me siento...distinto—jadea, tratando de ponerse de pie. Está desnudo del pecho hacia arriba y el agua cae de sus músculos como cascadas majestuosas que se elevan hasta el cielo—pero no es suficiente.

Él vuelve al baño. El otro toma sus lentes y los pone en su lugar para ayudarlo a mantenerse de pie.

Cuatro personas en un baño. Lo recuerdo bastante bien. Uno con un arma en mano, otro que acababa de volver de la muerte, otro sostenía al muerto viviente y yo sostenía el EpiPen entre mis dedos.

Apuntó y disparó sobre su mano. Hubo sangre instantánea, mas no regeneración. Fue inútil. ¿Que había fallado? En ese entonces ninguno de los cuatro podía pensar con claridad.

—Está enferma.

—Lo sé—tosió mientras tratábamos de detenerle la sangre—gripe estacional.

—Es grave. Es peor. Lo noté. Se ve terrible.

—¿Qué?

—Neumonía. Pero creo que es mucho peor.

—¿Qué tan peor?

Su tranquilidad me desconcertaba y me enfurecía—¡Averígualo tú mismo! No puede morir.

—Joder...—pareció llenarse de rabia.

—Y él otro imbecil está pensando demasiado.

—Pero los demás se ocuparon de él, ¿No? Así estaba en el plan—sus lentes se habían ensuciado con sangre espesa y oscura.

—Te dije que era estúpido hacerlo. Eres tan descuidado.

—Ni hablar de Dumbledore.

—¿Qué hay con él?

—Está cerca.

—Joder—gruñó, su voz era áspera y muerta. Como si tuviese resaca. Se liberó de nosotros y con un solo movimiento de su mano su traje volvió a él, y estuvo perfectamente seco y vivo. Como si no hubiese tratado de matar hace unos minutos. Como si no hubiese estado muerto hasta hace unos segundos atrás.

——

Confuso? Lo sé. En el futuro lo entenderán

Paris, Texas - Tom Riddle Donde viven las historias. Descúbrelo ahora