JUNIO DE 1984, TIERRAS ALTAS DE ESCOCÍA, HOGWARTS.
Fue a finales de mayo donde enviaron su última tarea como seleccionados de pociones, junto a un informe de todo el proceso de al menos cuarenta hojas.
Habían ensuciado varías páginas con gotas de sangre. Se habían cortado los dedos más de una docena de veces con el filo del papel.
Se esforzaron demasiado.
Estuvieron un día completo en el laboratorio, se paseaban por la habitación como un nundu enjaulado, anotándolo todo, exprimiéndose hasta el fondo, tratando de recordar cada detalle, cada nueva cosa que aprendieron en aquel proceso. El libro de pociones tenía las letras desdibujadas de tanto uso. Llegaron a sudar increíblemente mientras escribían todo. Cerraban los ojos, se apretaban las manos contra la cara y aplastaban su oclumancia.
Apretaban la frente con la del otro, cerrando los ojos y tratando de no dejarse ninguna palabra olvidada.
Como si cada detalle omitido les guiaría a la muerte.
Tom estaba más callado que de costumbre. Incluso pudo ser agresivo, pero debía mantenerse en la línea. No iba a arruinado ahora que por fin lo había conseguido.
Aquel trabajo les había causado un estrés increíble. Se habían cortado más de veinte veces la punta de cada dedo por estar cortando implementos, verduras, hongos o cerebros, despertaban en medio de la noche con pesadillas, alucinaciones por los vapores tóxicos, jaquecas constantes, cualquiera hubiera abandonado aquello, o habría dejado de asistir a las clases, pero ellos aún siguieron esforzándose por ser los primeros en cada asignatura, jamás dejaron sus entrenamientos deportivos, mucho menos sus deberes como prefectos, y aún así trataban de tener tiempo juntos.
La situación había sido un infierno total. Sentían el peso constante de la reputación de Hogwarts sobre sus espaldas. Si Snape se los encontraba en los corredores mientras hacían sus rondas de prefectos, los miraba amenazadoramente.
Hasta que finalmente acabó.
El informe estuvo completo. La poción estaba el mesón donde dejarían que reposara. Apagaron el último caldero. El salón grande y de techos altos, los calderos humeando, cada uno de ellos; calderos de cobre, de oro, pero la mayoría eran de latón, todos estaban enfriándose. Dos pares de guantes de piel de dragón aún estaban abrazando aquellas manos calientes y heridas. Los morteros, cuchillos, tablas, escalas de latón y probetas volvían a su lugar en el estante, incluso se dieron el tiempo de lavar cada uno de los implementos, tallar el suelo y limpiar las mesas.
Lo único que no pudieron quitar fue la mancha negra de la pared. El rastro donde él la había maldecido ocho meses atrás.
Las ventanas mostraban el cielo a través de los cristales, el precioso amanecer frío y brillante de la primavera, iluminando con aquella luz tenue a los mesones enormes y alargados, y aquel sofá que estaba en una esquina.
Era una despedida un tanto melancólica.
La primera de ellas.
Estaban apunto de graduarse.
Tom había llegado notoriamente aturdido. Adeline lo notó en la forma que se agarraba la cabeza para pensar.
Algo había hecho. O algo estaba por hacer.
El delantal le había dejado una herida en la espalda. Eso era lo único que ella jamás extrañaría de aquel espacio en su vida. Con el tiempo le echaría de menos a cada cosa, desearía encerrarse en aquel laboratorio como jamás lo hizo cuando estuvo a tiempo.
Adeline y Tom se mantuvieron de pie frente a la puerta. Aturdidos. Sabían que ya no volverían a entrar allí. La habitación desaparecería y no quedaría ni un solo resto. Adeline tenía miedo. En su cabeza lo más probable era que, lo que había construido con Tom Riddle, se perdiese con el laboratorio. Se esfumase como el viento y lo único que quedaría serían los sentimientos que tenía y siempre tendría por él.
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Paris, Texas - Tom Riddle
Random𝐏𝐀𝐑𝐈𝐒, 𝐓𝐄𝐗𝐀𝐒 Ella era la Estrella que más lo odiaba a él: él era la noche misma. Mientras trabajan en el asunto que los han obligado a realizar; Él la mira, una sonrisa lobuna, recelosa, llena de secretos que se cuelan por la oscuridad de...